Mitos, mentiras y equívocos detrás del miedo

La carta llega por correo electrónico. Un científico importante, un hombre sin duda admirable, les escribe a sus amigos. Está triste y es derrotista: "La bronca más grande es por mis hijos; porque nosotros no supimos evitar entregarle este país a Hitler". Se refiere a Mauricio Macri. Hay cientos, miles de mensajes con este eco alarmista, que llegan a través de mails, bandos y arengas públicas y privadas. Los emiten profesores, estudiantes, sindicatos, escritores y artistas. Muchas personas se sienten con el derecho de encajarte una filípica en la cara y de extorsionarte emocionalmente allí donde te encuentres. Está amenazada nuestra forma de vida; Daniel Scioli nos salvará del nazismo. Para votar a Berlusconi, para investirlo de un halo libertario e izquierdista, su oponente debe ser necesariamente la reencarnación de Mussolini. Algunos incluso anuncian que se marcharán del país en el caso de que el kirchnerismo pierda las elecciones.

La desmesura produce lo contrario de lo que se propone puesto que raya el ridículo, nos dicen los especialistas mirando las encuestas; esta noche se verá si tienen razón o si volvieron a equivocarse. La subestimada progresión del miedo funcionó también así: una joven tal vez apolítica pero que trabaja de manera directa o indirecta con fondos del Estado es anoticiada aviesamente por superiores y compañeros militantes de que su trabajo tambalea y perderá sus derechos. La chica regresa a casa llorando y comunica en Facebook su desazón y el nombre propio de ese monstruoso victimario. En solidaridad, veinte amigos y parientes la reconfortan y a su vez multiplican en la red su fiero disgusto. En progresión geométrica, la iracunda demonización avanza y, por el camino, aumenta de tamaño y tenor; se va cargando de más y más inexactitudes y exageraciones. Al final resulta que estamos al borde del Tercer Reich. "No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo", decía Montaigne.

Es una incógnita la efectividad de esta oscura y novedosa campaña, pero sus significados no dejan de proponer inquietantes lecturas. La creciente Argentina prebendaria y clientelar, producto de un estatismo bobo e irresponsable, no es ajena a ese análisis. Pero lo más espinoso reside en su núcleo: una minoría intensa y más o menos ilustrada según la cual nuestro país es tan primitivo que no puede permitirse una alternancia. Sólo un partido puede gobernar eternamente la Patria, y si el pueblo elige a otra fuerza política, se traiciona a sí...

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