Los misterios de un amor obstinado

"Pensar que todo empezó con Pampita." Eso me dice Paula Acuña, sonriente, un poco sorprendida por el curso que fueron tomando las cosas desde el verano pasado. Diciembre de 2005: las revistas del corazón y no tanto, Twitter, las pantallas televisivas ardían en una hoguera donde el nombre de una modelo y las recurrentes infidelidades de su marido eran morbo, risotada, show nuestro de cada día. Pero para Paula -actriz, docente, dramaturga- las desventuras de esa belleza criolla que tan pronto aparecía llorando como sobreactuando recuperación empezaron a teñirse de la imagen menos pensada: una viejecita consumida por el tiempo, vestida eternamente de negro, el pelo blanco recogido en un también eterno rodete. Su abuela.

Paula seguía la escandalosa separación de una de las mujeres más deseadas del país, la veía humillarse, deshacerse en lágrimas, increpar a un hombre también infinitamente deseado, padre de sus hijos y galán empedernido. Veía y no veía a Pampita; del fárrago mediático viajaba al núcleo de su propia historia: la casa y los recuerdos de infancia, la sombra de un abuelo tan innombrable como endemoniadamente seductor. "Era un desgraciado y bien que tuviste cinco hijos con él": la acusación familiar, su ponzoña reconcentrada impactaban de lleno en el pecho de la abuela. Y la abuela -la mujer cinco y mil veces seducida, cinco y mil veces abandonada por el mismo hombre- respondía, oscuramente orgullosa: "Yo lo quería. Era muy guapo".

Paula tenía 11 años cuando la vida de su abuela se apagó. Nacida en la Galicia empobrecida de principios del siglo pasado, fue una empecinada leona hasta que el peso del tiempo terminó por aplastarla. Sus últimos días fueron de silencio e inmovilidad. A los ojos de su nieta, la anciana era un misterio, la suma de todos los silencios familiares. "Abuela, ¿lo extrañás al abuelo?", se animó a preguntarle una vez. La mujer le dedicó una mirada extraña, hundida en la lejanía, incomprensible. Hizo un leve gesto con la cabeza, que la nieta interpretó como un sí. Al poco tiempo, murió.

Todo eso le rondaba a Paula en el verano de 2015, cuando la directora del teatro El Brío la convocó a participar en un ciclo basado en la memoria, donde el mayor desafío era adaptarse a una escenografía básica: una silla, un pizarrón, unos vestiditos de niña. Acuña decidió escribir un texto basado en la historia de su abuela. Y allí se lanzó a gestar lo que luego sería la obra teatral Lembranzas, que la llevaría al núcleo duro del...

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