La Milagrosa

AutorMaría Laura Riba
Una flor, ropitas de bebé y una oración para La Milagrosa

SANTA POPULAR.

“Nunca se le debe dar la espalda a una dama, y menos si esa dama es mi esposa amada”, dijo José frente a la tumba de Amelia, con el sombrero negro en la mano y el semblante triste.

Luego se colocó aquel sombrero con respeto –iba siempre vestido de riguroso luto-, pasó por detrás de la estatua que evocaba a su mujer y a su niña, y se marchó. Su figura menuda, taciturna, se recortaba entre las lápidas y cruces del cementerio Colón de La Habana, como si fuera un dibujo mal hecho que el destino hacía para burlarse de los simples mortales.

Pero Amelia no. Amelia no fue una simple mortal.

Cada día del resto de sus días, desde el 3 de mayo de 1901 hasta su propia muerte, José Vicente Adot Rabell visitaba a su esposa en aquel cementerio y se quedaba largo rato conversando con ella. Para José, su único amor no había muerto; para él, Amelia sólo estaba dormida. Por eso, cada mañana, al llegar frente a su lápida, sujetaba una de las cuatro argollas instaladas en las cuatros puntas, y golpeaba suavecito, la llamaba “para despertarla”.

Todo comenzó en la primera mitad del Siglo XIX, cuando el vasco Francisco Goyri y Beazcochea se casó con la criolla cubana, hija de españoles, Inés María de los Dolores Adot y Biedma. De esta unión nacieron dos hijos, Inés y Francisco.

Francisco se casó con Magdalena De La Hoz y tuvo cuatro hijos: Inés, María Teresa, Francisco y Amelia. La misma Amelia a quien amó profundamente su primo segundo, José. La misma Amelia descendiente de los condes españoles de Balboa.

Amelia nació el 29 de enero de 1877 y su nombre completo era Amelia Francisca de Sales Adelaida Ramona Goyri y De La Hoz. Pero para todos es “La Milagrosa”. Ella también se enamoró de su primo segundo José Vicente, algo que, como es de suponer, causó horror en los padres de ella, quienes se opusieron desde un principio a esa relación.

Así, el azar o el destino o un mal hado se imponía, y Amelia y José debieron separarse no sólo ya por la oposición familiar sino porque José participó en la Guerra de la Independencia cubana (24 de febrero de 1895). Él regresó tres años más tarde, ya como Capitán del Ejército Libertador.

Nuevamente Amelia y José estuvieron juntos, tornaron a saber uno del otro, por eso, más cercanos al amor de Romeo y Julieta que al dolor de la distancia, decidieron continuar unidos. Es entonces cuando una de...

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