Él era una mezcla de flor y de pez

Fue un regalo. Ella le había dado clases de literatura al hijo de una compañera de la oficina donde trabajaba ocho horas al día, habían leído juntos a Cortázar y la interpretación del cuento "Axolotl" fue decisiva para que el chico aprobara el examen. Por eso, su madre, agradecida, fue hasta el mercado de especies exóticas de Tigre y, vaya a saber uno cómo y por cuánto, consiguió un ejemplar para agasajar a la profesora. Ella lo recibió con tanta sorpresa como fascinación. Logró contagiar el entusiasmo a su marido, aunque no lo convenció de llamarlo Chomsky. Borromeo le quedó de nombre.El axolotl era una criatura rosada y extraña; anfibia. Parecía una mezcla de flor y de pez. Su hábitat era una pecera bastante grande, estaba ubicada en el cuarto que la pareja imaginaba algún día llenar con un hijo.Los tres llevaban una convivencia silenciosa y pacífica. Estos animales mexicanos, que algunos consideran monstruos de agua y hay quienes les asignan poderes de sanación, comen grillos, gusanos e hígado de pollo. Sin embargo, Borromeo recibía una vez al día una ración de alimento balanceado comprado en la veterinaria que estaba a la vuelta del departamento, en el corazón caótico del barrio porteño de Once.Según la mitología azteca, el axolotl es una deidad desertora, un dios perro que huyó para no ser sacrificado.La mascota creció, pero no mucho porque tenerlos en agua perpetúa el estado larval de los seres de esta especie. Como niños eternos, son la promesa de un animal adulto que nunca llegarán a ser. Durante los primeros meses las cuatro patas de Borromeo se hicieron un poco más largas, las uñas de sus dedos se volvieron puntiagudas y engrosó visiblemente su cuerpo fálico que terminaba en una cola plana y translúcida. Podría haber sido un bicho repugnante de no ser por esas seis branquias que le salían de la cabeza y se desplegaban como una corona de corales que mecía cuando nadaba.A veces caminaba, iba y venía lentamente por el fondo de la pecera hasta que emprendía una escalada hacia la superficie. Pataleaba en el ascenso y se contoneaba como si bailara. Abría y cerraba la boca cada tanto. También podía quedarse quieto durante horas. Meditativo, inerte como muerto, pero despierto. Tan vivo y absolutamente inmóvil, era un...

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