La mesa redonda de los jueces federales

Todos los jueces federales deberían sentarse alrededor de una mesa. A lo mejor así, juntos, hacen uno. Para dar otro pasito, cada cual debería colocar ante sí el expediente que ventila la causa de corrupción kirchnerista que le ha tocado en suerte. Todas las causas juntas, una al lado de la otra, conformarían un rompecabezas tan obvio que hasta un niño podría ensamblar. Se acabarían entonces las palabras y las excusas: sólo cerrando los ojos sería posible no leer allí, de principio a fin, la trayectoria completa del saqueo perpetrado en la década ganada, la matriz que produjo un latrocinio de escala africana que hoy deriva en desmesuras propias de la pluma de García Márquez, con máquinas excavadoras horadando la inmensidad para dar con barriles llenos de billetes sembrados en la tierra árida: del petróleo al botín escondido de los K.

Pero los jueces siguen diseccionando lo indivisible. Para peor, se sabe, sus tiempos son largos. Tan largos como la distancia que media entre la justicia y la impunidad: le llevó años a Casanello dar la orden de bajar a Santa Cruz para inventariar lo robado (y varios días desde el detallado testimonio que prestó el arrepentido Fariña). Marijuan listó hasta ahora centenas de propiedades y de autos de alta gama, a muchos los hemos visto, pero la plata en serio, la plata grande, todavía no aparece, por más que las máquinas arañen la monotonía del suelo patagónico para embocar uno de esos tambores de la felicidad que uno asocia con el ex presidente que hoy da nombre a cientos de calles y edificios, quien padecía, según se ha contado, el síndrome de Rico Mc Pato: le gustaba sentarse sobre una montaña de dinero y dedicarse a tocarlo. Para eso hay que acumular "físico". Por lo que se sabe hasta ahora, se le fue la mano. Ese vicio que se permitió en vida hoy está llevando a su familia al borde del precipicio.

Hay una categoría de ex colaboradores y testigos, "los que vieron los bolsos", que alientan con su testimonio la esperanza de los que quieren que la búsqueda del tesoro sureño arroje una evidencia incontrastable. Pero hay que ver qué es lo que busca Casanello. Santa Cruz es grande y es fácil errar el hoyo. Desde hace años el juez, como otros de sus colegas, lleva puesto el freno de mano en las causas que investigan la corrupción del kirchnerismo. Sólo lo saca de a ratos cuando se lo ordena la Cámara y cuando, ante espectáculos pornográficos como el de los muchachos contando euros y dólares en La Rosadita, la...

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