Mi mensaje a Cristina: ¡la extrañamos!

Todas las semanas me propongo hacer una columna seria, y, humildemente, creo que lo consigo. Es natural, porque el trabajo que me han asignado es llevar el relato del día a día de nuestra revolución, y todas las revoluciones tienen ese halo de cosa entre épica y dramática.Esta vez, en cambio, me temo que muchos pensarán que estoy bromeando, que me he dejado llevar por la horrible costumbre, tan común en estos tiempos, de leer la realidad desde el prisma del sarcasmo. A los que crean eso les digo que están equivocados: tengo la misma seriedad de siempre, las mismas convicciones, el mismo compromiso.Lo único que se ha modificado es la realidad. Señores y señoras, todos y todas, entérense: ha ocurrido una verdadera catástrofe. Nos han secuestrado a la Presidenta, no sabemos dónde la tienen y nos están poniendo una burda imitadora, probablemente salida del staff de Tinelli, que físicamente se le parece bastante, pero que cada vez que habla o hace algo mete la pata porque la señora, la verdadera, haría o diría exactamente lo contrario.Hasta ahora no quise decir nada porque no lo podía creer. Empecé a sospechar cuando ella, compradora compulsiva de dólares, mandó prohibir la compra de dólares. Después me llamó la atención que empezara a destruir el castillo de los subsidios, piedra basal de nuestro modelo, para sustituirlo por un burdo tarifazo que traerá más inflación y más pobreza. Y no les digo nada cuando le cambió bruscamente el objetivo a Aerolíneas Argentinas: de ser una empresa que se proponía perder dos millones de dólares por día, algo que los de La Cámpora, pese a su juventud e inexperiencia, estaban consiguiendo, tenía que pasar a convertirse en la campeona de la austeridad. "Muchachos, olvídense de que es una línea de bandera, de la integración con el mundo, de estar al servicio del pueblo y de todo el verso de estos años. No hay más guita." La última gota fue devolverles el control aéreo a los milicos. Ahí se les fue la mano con la impostura: la señora se hubiera cortado la lengua antes de dar semejante orden.Fue entonces cuando, perplejo, hice una ronda de llamadas a gente que se supone que sabe. Boudou me confió que él también estaba sorprendido. "No sé, no la reconozco: está más ortodoxa que yo en mis peores épocas", dijo. Después hablé con Timerman, y su respuesta fue que hacía tiempo que no la veía. "No me recibe, no me llama, no me atiende?". No hice una lectura política, sino conspirativa. Abonaba mi teoría del secuestro.A Aníbal Fernández...

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