Memorias de aeropuerto

La escritora polaca Olga Tokarczuk sostiene en Los errantes que hay aeropuertos que solo tienen sentido cuando se los observa desde el aire, a la manera de las misteriosas líneas precolombinas de Nazca. El de Sidney, en Australia, asegura, tiene forma de avión, lo cual lo vuelve redundante. El jeroglífico enorme del de Tokio le hace pensar de manera algo previsible en un ideograma. A los aeropuertos chinos conviene, según ella, como si fueran hexagramas del I- Ching. No conozco ninguna de esas terminales como para seguirle el juego, pero sí apoyo sus consideraciones sobre la gigante terminal de Frankfurt. "¿No será este enorme aeropuerto de tránsito un Estado dentro del Estado?", se pregunta Tokarczuk. El movimiento constante de la que es testigo le hace pensar en un chip de computadora, una plaquita llena de conexiones de todo orden. Es un caos, pero un caos de perfección alemana.Más que una novela, Los errantes es un cuaderno de bitácora en el que la narradora va ensamblando historias al compás azaroso que dictan sus traslados. Buena parte de esos relatos proponen un atlas histórico e ideológico del cuerpo humano. Se reproducen mapas antiguos o imaginarios. También figuran estaciones de tren y algún puerto isleño, pero lo más afortunado del volumen es el protagonismo de los aeropuertos, esos masivos complejos hiperquinéticos a los que, de tan funcionales, se tiene por desangelados y suelen pasar por los libros (la excepción es aquel viejo best seller de Arthur Hailey: Aeropuerto) sin pena ni gloria.El antropólogo Marc Augé colocó a los aeropuertos hace tiempo en la categoría de no-lugares" (con los supermercados y las autopistas), espacios de poca importancia en los que nadie permanece más de lo estrictamente necesario, y ese concepto, que hizo escuela, parece haberles prohibido cualquier encanto. A Tokarczuk, sin embargo, le atrae las posibilidades de anonimato que habilitan: por mucho que el viajero tenga que exhibir sus documentos, en ellos la identidad queda entre paréntesis. Lo demuestran las conversaciones casuales con extraños, que, en el caso de los que encuentra la Premio Nobel polaca, parecen esconder siempre una desquiciada nota contemporánea. En ese territorio su única nacionalidad, insiste, es virtual: forma parte de la república paralela de la Red.Alguna vez, y por un breve período, estuve a punto de convertirme en parte de ese lote de individuos que viven con el pie en el estribo aéreo y terminan aborreciendo los vuelos y...

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