Una memoria de Seru Giran

Durante los primeros años de la década de 1980, iba muy seguido a recitales de músicos de rock nacional que se organizaban en el estadio de Obras Sanitarias, en la Avenida del Libertador. Hacíamos fila horas antes de que el escenario se iluminara y empezara a sonar la música, jamás puntual. Mis padres me dejaban ir aunque todavía no hubiera cumplido los dieciocho años que, en ese entonces, representaban una bisagra o el umbral entre el mundo de los jóvenes y el de los adultos. El servicio militar obligatorio era la "bienvenida" formal a ese mundo. Pero ése es otro tema.

No iba solo a los recitales. En parte podía ir porque iba con dos amigos del barrio un poco más grandes. Los dos, además, se llamaban como yo. Apenas uno de los tres tenía talento para la música, y ése no era yo. Con ellos fui a recitales de León Gieco, de Nito Mestre, de Los Abuelos de la Nada y de Seru Giran, que era nuestra banda favorita y la de todo el mundo que conocía en esos años.

En las tardes que nos parecían vacías, en la vereda o el patio de una casa, habíamos interpretado las letras de las canciones de La grasa de las capitales, de Bicicleta y de Peperina. Si uno de los amigos compraba un casete original, de inmediato lo copiábamos en TDK vírgenes a los que les hacíamos tapas con páginas de revistas viejas y escribíamos con marcadores los títulos de las canciones. Después de todo, era fácil entender un lenguaje de metáforas en el país de los eufemismos. "Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie/ juegan cricket bajo la luna/ Estamos en la tierra de nadie/ pero es mía/ Los inocentes son los culpables/ dice sus señoría (el rey de espadas)", cantábamos bajo la sombra de los paraísos.

A la salida de Obras, esas noches después de los recitales, caminábamos cansados y eufóricos hasta la parada del 28, que todavía está detrás de la estación Rivadavia del ferrocarril Mitre. La ventaja de tomar el colectivo allí era que salía vacío, podíamos viajar sentados y, sentados, conversar durante una hora sobre el concierto, los gestos de Charly García al público desde el piano, la voz de David Lebón, la concentración de esfinge de Pedro Aznar o la fuerza de los solos de batería de...

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