Maurice Ravel, tan loco como mordaz

Sobre un lienzo azul, en 1910, Valentin Serov pintó a Ida Rubinstein delgadísima, etérea y desnuda. Sentada y ofreciendo a la vista su espalda y sus largas piernas cruzadas y apenas flexionadas, la imagen es tan pudorosa como sensual. Pálida y con su breve cabellera negra, la gran bailarina rusa está apoyada sobre su mano izquierda en tanto que con la derecha sostiene una larga tela verde que serpentea por el lienzo y pasa, como una caricia, por sobre su pie derecho. Entre interesada y expectante, Ida mira hacia algún lugar indefinido. Si hubiera que imaginar qué música podría acompañar esta escena, pues cabría pensar en los sonidos evanescentes y sugerentes de alguna obra del impresionismo debussyano o, tal vez, de ese clasicismo francés, recatado, modernista y provocador de Ravel.Pero no hay lugar para vislumbrar que esa mujer pudiera estar en esa actitud...

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