Una marea luminosa

No es la Provenza. No es Van Gogh. Para serlo, necesitaría algo más que la potencia de ese amarillo arrasador y el destello neto, perfecto, del sombrero lila-azulado. Para ser Van Gogh necesitaría la fuerza enloquecida de su pincel: aquellos trazos que convertían una cosecha al sur de Francia (o una noche estrellada, o un barcito en Arlés) en una estremecida invocación a los sentidos. No es Van Gogh, aunque uno quisiera llamar al espíritu de Kurosawa, recrear su film Sueños y sumergirse por un rato en la marea luminosa de la imagen. Habrá que ver si piensa lo mismo la mujer del sombrero, quizás a cargo de este cultivo de colza -de...

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