La marcha de la bronca

A sus 94 años, hay que concederle a Stéphane Hessel el don de la paciencia. También, un sentido de la oportunidad prodigioso. Alzó la voz en el momento preciso: con su obrita Indígnense , un libro de sólo 32 páginas que una pequeña editorial parisina lanzó a tres euros y que en unas pocas semanas vendió más de 650.000 ejemplares, Hessel encendió la mecha de una ola de protestas sociales que recorrió el mundo y marcó el año que acaba de terminar.

Su libro no contiene enrevesados alegatos ideológicos ni retóricos llamados a la lucha revolucionaria. La pólvora de la explosión se redujo a algo más elemental, un sentimiento que las antenas sensibles de Hessel supieron captar, como diría Dylan, soplando en el viento: la indignación.

En 2011, la indignación ha expresado, de Madrid a Londres, de Atenas a Nueva York, de París a Moscú, el descontento con la hipocresía o la impotencia de los que gobiernan, la injusticia de una economía global que acumula riqueza provocando el vacío alrededor y el agotamiento de un sistema que convierte a los ciudadanos en obedientes consumidores.

Publicado en octubre de 2010, el libro de Hessel alimentó a los jóvenes españoles que en marzo pasado ocuparon la Puerta del Sol. Fueron los primeros indignados, si exceptuamos a los jóvenes árabes que poco antes se sacudían de encima a sus viejos tiranos en Túnez y Egipto (en una "primavera árabe" también encendida por la indignación pero de naturaleza distinta a la ola de protesta que recorre Occidente). De manera viral, el clamor pasó de Madrid a distintas capitales del mundo y creció a tal punto que la figura del manifestante fue elegida "personalidad del año" por la revista Time , en reconocimiento a las protestas "que están remodelando y redefiniendo la política y el poder globales".

A medida que las protestas crecían, se alzaron las voces críticas o escépticas. A los jóvenes de la Puerta del Sol se los descalificó de la misma forma que hoy se descalifica al movimiento Ocupa Wall Street: son chicos caprichosos que no valoran lo que tienen y que quieren desecharlo sin proponer nada a cambio. La falta de propuestas pone en evidencia, dicen los reproches, la inmadurez de estas revueltas inorgánicas que pasarán sin dejar huella. Sin embargo, resulta difícil obviar una pregunta simple: ¿por qué pedirles a los indignados un programa o un proyecto político?

Los jóvenes que protestan en tantos idiomas y en plazas y calles de los cuatro puntos cardinales vienen a decir lo mismo...

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