La mano invisible de Durán Barba

Mauricio, hermano, ¡no hay que dejarse conducir por el círculo rojo! -le decía con vehemencia el ideólogo, recostado sobre aquel ardiente agosto de Olivos-. Te sostiene la popularidad, no un acuerdo político... Nuestras elites son demasiado arcaicas, y no entienden lo que pasa. Y los periodistas, menos". Revela Laura Di Marco en su trepidante biografía (Macri) la carta ganadora de Jaime Durán Barba durante aquella mañana decisiva: hacía unos meses el gurú había brindado una conferencia en San Pablo y había dicho que la presidencia de Dilma Rousseff tenía los días contados; los analistas brasileños lo refutaban explicando que la gobernabilidad estaba garantizada por un amplio acuerdo de partidos políticos. Luego el ruinoso desenlace supuestamente probaba la tesis de Durán: en la era de la "política horizontal", donde el ciudadano se independizó por completo de la dirigencia, no hay acuerdos que valgan. A continuación, el inquisidor la emprendió contra el principal operador legislativo de Cambiemos, que traía esa propuesta directamente desde el Parlamento. Bajo la atenta mirada de Macri, Jaime le dijo en la cara: "Todos los congresos son un Borda. ¡Todos! Son manicomios, hablan entre ustedes y creen que el mundo es lo que ustedes creen. El Congreso es peligrosísimo, Mauricio".

La escena tiene relevancia histórica, porque registra el momento exacto en que la mesa chica del poder discute y rechaza la posibilidad de realizar un Acuerdo de la Moncloa, proyecto criollo por el que siguen bregando en vano radicales, peronistas e incluso miembros destacados de la Casa Rosada. Sobran también las anécdotas acerca de la aversión ecuatoriana por el radicalismo: lo considera en la intimidad un lastre de la "vieja política"; el Pro, en cambio, le parece una fuerza moderna, autosuficiente y "contracultural". Ya están planteados los asuntos nodales del modelo argentino: una entente parlamentaria y federal que jamás se realizará; una coalición gobernante que en verdad nunca funciona. Y un concepto polémico de fondo: la popularidad, esa dama caprichosa y cambiante, como único sostén de una administración sin mayorías, con una hipoteca a sus espaldas y rodeada por las mafias y los vicios culturales del chavismo. La idea de la "popularidad permanente" se asemeja a la cándida y a la vez peligrosa utopía de vivir eternamente en la fase inaugural del amor; esa grata obsesión arrebatada de los primeros meses que altera todas las hormonas, distorsiona la realidad, y...

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