Macri pone en juego su capital político con medidas antipáticas

Maquiavelo recomendaba al príncipe hacer el mal de golpe, y el bien de a poco. Mauricio Macri sigue ese consejo. Aplicó el enorme capital adquirido en las legislativas para, en un bimestre, tomar decisiones antipáticas. Anunciado el ajuste en el precio del transporte, queda por esperar la suba en las tarifas energéticas.

Después llegarán buenas noticias. Es lo que sueña el Presidente, mientras navega las aguas de la política, mucho más impredecibles que las del Nahuel Huapi.

El Gobierno no esperó a que los usuarios se recuperaran de los excesos de las Fiestas para mortificarlos con el aumento de los precios del transporte. Una semana antes, presentó una nueva política monetaria. Y, lo que es tal vez más relevante, un nuevo diseño de la gestión económica. El presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, se allanó a ejecutar una estrategia elaborada en la Casa Rosada. El giro es esencial para el oficialismo. Como reiteró Nicolás Dujovne al explicar la reforma tributaria, el gasto público, el déficit fiscal y la presión impositiva no descenderán en términos absolutos, sino en relación con el crecimiento del producto. Es la promesa que el gradualismo le hace a la inversión. La expansión de la economía es, por lo tanto, la clave de bóveda de toda la gestión oficial. Incluida la reelección del Presidente.

Durante dos años, Sturzenegger apostó a que ese crecimiento derivaría de una baja dramática de la inflación. Pero el prodigio no ocurrió. Las tasas reales amenazaban con abortar la reactivación, pero la inflación se empacaba en casi 10 puntos por encima de la meta establecida. Ante la evidencia del fracaso, desde abril se fue gestando un consenso interno para adoptar otra receta. Las críticas a la gestión del Banco Central, lideradas por Mario Quintana, chocaban siempre con la misma pared: la negativa de Macri a corregir a Sturzenegger.

Esa valla cedió a mediados de diciembre. Reunido con Marcos Peña, Quintana, Gustavo Lopetegui y Dujovne, el Presidente escuchó una explicación de cómo evolucionaría la economía si se reprogramaban las metas de inflación y, sobre todo, de los males que aparecerían si se las mantenía: crecimiento muy mediocre, dificultades con el déficit fiscal y mayor atraso cambiario. Los argumentos, esta vez, le sonaron convincentes. Coincidían con los que había escuchado de varios banqueros y también de un economista, ex funcionario de su propio gobierno, con el que había charlado a comienzos de diciembre.

Como cuando...

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