Macri y Moyano ante la hora de la verdad

Para alguien acostumbrado a usar la amenaza como su arma más efectiva, incluso ante los poderes más encumbrados, no ha de ser fácil sentirse amenazado. Eso es lo que se percibe en las últimas apariciones públicas de Hugo Moyano. Sus ataques al Gobierno parecen un desesperado gesto de defensa ante el más elemental de los temores. Todo aquello que lo ha afirmado en el poder durante décadas parece estar desvaneciéndose en el aire. Y eso que sopla en el viento, el fin de la impunidad, pone en riesgo su supervivencia en un sistema que ya no responde como solía hacerlo.

No ha de ser sencillo aceptar semejante posibilidad después de haber tenido a varios presidentes en un puño. Lo más extraño de todo es que será precisamente su caso, el modo en que se resuelva, lo que en buena medida acabe definiendo el verdadero alcance de las transformaciones en curso, el grado de regeneración institucional que el país podría alcanzar y acaso la consistencia de un cambio de ciclo que suponga la condena de la corrupción y la prebenda.

No fue Moyano, por supuesto, quien buscó esta batalla con el Gobierno. Simplemente, cuando empezó a verse acorralado por la Justicia, hizo lo de siempre: apeló a la amenaza y la extorsión. Tampoco fue Macri. El acierto del Presidente, en todo caso, fue decidir no hacer lo mismo que muchos de sus antecesores: ceder y transar ante esas presiones. Ese gesto lo define todo y vale más que mil palabras. Que la Justicia hable. Detrás de Macri, detrás de la Justicia, hay una sociedad que, acaso también por el más elemental sentido de la supervivencia, aspira a un cambio. Allí habría que buscar las razones de esta pelea de fondo que parece no tener marcha atrás. Y allí está la novedad que Macri sabe leer y a Moyano le cuesta asimilar. Por eso su caso, a su pesar, se ha vuelto emblemático.

En términos simbólicos, se trata de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. De ahí su trascendencia. La gobernabilidad que Moyano ha vendido a un precio altísimo hoy cede ante la necesidad de una transformación de fondo. Aquella era una gobernabilidad engañosa, porque los privilegios y el poder que el líder sindical exigía significaban la consolidación de un país inviable tanto en lo político como lo económico, que en el corto plazo se topaba con el siguiente estallido. Esta vez, parece, la tensión entre "gobernabilidad" y república se resolverá apostando por el futuro.

Pero hay algo más. Atentos al cambio de época, o convencidos de que se trata de un acto...

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