Macri emprende su batalla más difícil

Los resultados del 22 de octubre reverdecieron la huerta que el presidente de la Nación instaló en el trágico helipuerto de Balcarce 50. Hasta ese día, muchos jugaban con el cotillón del helicóptero y le pronosticaban una salida precipitada desde esa terraza mítica. Macri ha hecho con ese mito una ensalada. Ganó gobernabilidad y fortaleza, y se almorzó con berenjenas y hojas verdes a todos sus antagonistas; incluso algunos que antes lo despreciaban, ahora le temen. En este país de antropófagos, a veces conviene la cruel máxima carcelaria o maquiavélica: es preferible ser temido que ser amado. Constituiría un error mayúsculo, sin embargo, dar por supuesto que Cambiemos tiene asegurado lo que ninguna otra fuerza no peronista ha conseguido: terminar en tiempo y en forma su mandato. Alfonsín también triunfó en aquella primera elección legislativa, pero no consiguió solucionar la catástrofe económica heredada, y el sindicalismo hizo todo lo posible para cercarlo y para asistirlo en ese suicidio hiperinflacionario. Es por eso que a Macri no le queda otra alternativa que enfrentar hoy su tormenta más difícil: heredó y todavía no logró modificar un país que vive de prestado y a merced de las peligrosas inclemencias internacionales, con un déficit fiscal récord, una inversión exigua, una evasión astronómica y el peor sistema impositivo del mundo. Evitar un accidente macroeconómico y conseguir, a un mismo tiempo, que la Argentina se vuelva competitiva, exporte y atraiga inversores (que vengan a dar trabajo y que logremos venderles nuestros productos a otras repúblicas) resulta una verdadera epopeya de estos tiempos, donde ya no es posible "vivir con lo nuestro" y donde la "dependencia" ya no es del imperialismo norteamericano sino el Partido Comunista Chino.

Para eso hay que remover piedras, colinas y montañas, y librar una batalla cultural homérica: las condiciones de este nuevo mundo cambiaron las cosas, la competitividad se ha transformado en la única llave de progreso y de lucha contra la pobreza, y todos tendremos que sacudirnos viejas supersticiones si no queremos quedar obsoletos y pasar a peor vida. A ese apego por lo anacrónico suena, precisamente, la actitud reactiva y analfabeta de quienes conectan cualquier reforma moderna con Menem y no con Australia o con Japón. El menemismo, con su deplorable negligencia, se cargó el prestigio de un país abierto, así como los Kirchner quemaron la imagen de un Estado fuerte. El peronismo, con sus...

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