Macri demostró que se puede cambiar

Si el Presidente cobrara por hora, como lo hacen los buenos abogados o la generalidad del servicio doméstico, habría motivo para que su primera hora de labor ante la Asamblea Legislativa fuera la más cara hasta aquí en sus años de servicios públicos. Sería más llamativo todavía que pudiera superar el año próximo las calidades de la presentación de anteayer.

Las circunstancias jugaron en este caso a favor de Macri, pero ignoramos qué le espera cuando concurra al Congreso en 2017. Lo que sabemos es que supo aprovechar la oportunidad de este 1° de marzo y salir airoso, incluso en los momentos de una gritería opositora que no marcó ningún hito en especial. Se han visto allí en el pasado cosas peores.

En un Macri vs. Macri, éste ha sido el mejor de todos los que hemos conocido, desde que era un muchacho en los tempranos veinte: de bigotitos chaplinescos, ojos clarísimos y de expresión ideal para el tipo de escena en la que un actor deba emplearse en larga mirada de perplejidad. Tenía ese muchacho un vago aire de sí, trabajo al lado de papá, que manda en esta empresa.

El cambio que propuso a la Asamblea Legislativa comenzó por producirse en él mismo. En 2003, faenado ya su carácter en el implacable matadero de Boca Juniors, había sorprendido a algunos amigos apurados con la inesperada continencia de quien ha aprendido que lo apropiado, a cierta altura de la vida, es que los límites de uno los vaya corriendo el tiempo. En lugar de dejarse empujar hacia una candidatura a la presidencia de la Nación, como le insistían sus patrocinadores, se atuvo entonces a un papel con menos relumbrón. Decidió postularse para la jefatura de la ciudad de Buenos Aires, que tampoco era poca cosa. Y acertó.

Desde las primeras líneas del discurso se vio al Presidente seguro de sí mismo; confortable en la misión de presentarse ante una asamblea compleja, con muchos pichones de político y con otros de vuelta hasta de las experiencias más extremas de exposición en la vida pública, como la decisión de matar o morir. Algún escote minuciosamente descuidado confirmaba entretanto, a los más distraídos y envejecidos, que éste no es el Congreso de cuellos enyesados que inmortalizaron los dibujos de Columba, y sí el recinto augusto de siempre, pero por el que retoza ahora un leve erotismo.

Al promediar el mensaje anual al que lo compromete el artículo 99 de la Constitución Nacional, de dar cuenta del estado de la Nación y enunciar las iniciativas que considera pertinentes para el...

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