Macri apaga el fuego del 'no pasa nada'

Permítanme, para empezar, un juego de ucronía: es 16 de junio de 1955 y vamos a suponer que el jefe de Gabinete es Marcos Peña. Un periodista mantiene una charla en off con el funcionario en el preciso momento en que caen bombas sobre la Casa Rosada. El hombre de prensa se sobresalta y aflige por el estruendo, pero también por las consecuencias humanas y políticas inevitables que sobrevendrán. No es difícil suponer lo que podría responder Peña: "No pasa nada; esto también pasará".

Y algo de razón tendría, porque el bombardeo sólo dura unos pocos minutos. Lo grave son las consecuencias: un tendal de cadáveres y heridos, edificios averiados y un gobierno maltrecho, que caerá tres meses más tarde.

Se pone este ejemplo, tan alejado afortunadamente de la coyuntura política actual, sólo para imaginar cómo podría reaccionar Peña hasta en medio de una situación tan límite. Sus virtudes de temple y distensión, tan valiosas para gobernar sin histerias, imprescindible cable a tierra presidencial, son muy apreciadas en tanto no caiga en análisis simplistas e ingenuos de la realidad o no advierta a tiempo dañinos efectos colaterales de ciertas decisiones, que sólo se pueden neutralizar con un trabajo minucioso de prevención.

La visita presidencial a España sólo atemperó en parte el alto grado de preocupación en que quedó Mauricio Macri la semana anterior cuando le estallaron en la cara dos graves temas -el acuerdo del Estado con una empresa de su familia (Correo Argentino) y la rebaja en el ajuste jubilatorio- por culpa de elementales fallas de coordinación y comunicación de sus colaboradores inmediatos. Es el preciso instante en el que la filosofía del "no pasa nada" puede conducir a caminos de cornisa, con riesgos de derrape.

Aunque el mandatario se sintió tan sacudido como si esa semana hubiese vivido dentro de un lavarropa, se sobrepuso y salió a la palestra pública a rectificar ambos temas. El problema es que siempre el fusible es él. Como lo fue con los Panamá Papers y con el feriado del 24 de marzo. No se muestra eficiente el equipo, que debería hacerle ignífugo el camino por el que va a transitar, al no evitar previa y debidamente los peligros de combustión. Así, es el propio jefe del Estado el que se desgasta al tener que convertirse en bombero para apagar incendios que nunca debieron ocurrir.

Si bien es encomiable retroceder rápido cuando se cometen errores, lo que establece una diferencia abismal con el anterior gobierno, que se empecinaba en...

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