Lugares vivos donde pasan muchas cosas

Durante años los vascos intentaron cambiar el destino decadente de Bilbao sin éxito alguno. La vieja ciudad astillero sometida a las reglas de juego de la Europa comunitaria veía como su destino se iba a pique, hasta que Thomas Krenz, mandamás del Guggenheim de Nueva York, selló el trato para levantar junto a la ría del Nervión una filial del museo. Si Wright había quebrado el concepto tradicional del efidicio "museológico" con la espiral blanca de la 5° Avenida, esta era la segunda oportunidad para dar un do de pecho. Y lo dio Frank Gehry con su pájaro de titanio que cambió la historia de Bilbao y también la de los museos, que pasado mañana celebran una nueva edición de la noche insomne en el modelo de la Nuit Blanche de París.

Si hay que trazar una cronología de la transformación de los museos en lugares vivos donde pasan cosas, comenzamos por el Guggenheim de Nueva York, por su formato, y por el MoMA que nació con el arte moderno y fue legitimador del pop, del expresionismo abstracto y del arte norteamericano en una estratégica jugada que desplazó a Paris del centro de la escena. La respuesta francesa se llamó Centro Pompidou, diseñado por Piano y Rogers. La dupla sacó de la galera una idea genial: no ocupar todo el terreno disponible del viejo mercado de Les Halles en el Marais, y destinar la mitad a una plaza seca, devenida ágora de los tiempos modernos. En cuanto al...

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