Lucha contra los narcos en la selva

CHAPARE, Bolivia.- El soldado que está sentado en la proa levanta la mano en forma sorpresiva. Es una orden que intima al resto a apagar los motores de las lanchas. Renace el sonido más puro de la selva. El guía, sin hablar, señala con su brazo una "entrada", una especie de puerta de acceso al monte desde el río Isiboro, en el corazón del Amazonas boliviano.

La docena de hombres de elite, vestidos con uniformes de combate camuflados, pertenecen a la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (Felcn) de la policía boliviana, que reman hasta la costa con cautela, sin hacer ruido alguno, y saltan a tierra, armados con sus fusiles M-16, para zambullirse en ese pasillo estrecho y verde que conduce al monte, donde en minutos encuentran una cocina de pasta base que estuvo operativa hasta hace unas pocas horas. Sólo quedaron los restos de esa fábrica precaria; los narcotraficantes ya escaparon.

"Tienen informantes que les avisan cuando atravesamos el puesto de control de Castillo, en Villa Tunari, que es el único camino de acceso para llegar al río", se excusa el comandante Franz Téllez Mercado.

Chapare es una de las zonas rojas del narcotráfico en Bolivia, donde el último año se destruyeron 2433 cocinas de pasta base de cocaína, que fueron devoradas por el fuego.

Hay montículos de hoja de coca molida de más de un metro y medio de altura. Son unos 300 kilos de ese "cultivo ancestral", como lo llama el gobierno boliviano, que toma un color marrón, como si fuera un compostaje, tras ser macerada con combustible y embebida en los precursores químicos, como ácido sulfúrico, éter y soda cáustica, entre otros. El olor es intenso, aunque se pierde rápidamente en ese paisaje paradisíaco. Se necesitan unos 4500 dólares para montar ese tipo de la fábrica nómade. Lo más costoso y complicado de conseguir son los precursores químicos.

En dos o tres noches, en ese campamento fabricaron unos cuatro kilos de esa pasta que se vende en el mercado ilegal a unos 7600 dólares. Tras ser sometida a un proceso de cristalización se transformará en cocaína. Su valor se multiplicará. Y desaparecerá como un fantasma de la espesa selva del departamento de Cochabamba para corporizarse en algún búnker de la ciudad de Rosario o algún "quiosco" de Córdoba, de Buenos Aires o del conurbano bonaerense, donde se "estirará" y venderá a más de 20 veces su valor inicial.

En ese hueco oscuro del monte hay comida desparramada, restos de un surubí que fue "carancheado", una fogata...

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