La lucha de las mujeres contra un viejo maleficio

Nadie ignora que el ascenso social de la mujer a lo largo de la historia fue extraordinariamente arduo, lo que la llevó a aprovechar los recursos que tuvo más a mano para acceder a lugares de relevancia social. Convengamos en que la belleza y el dinero fueron siempre dos de los más efectivos.

Hasta la mismísima Cleopatra, última representante de la dinastía de los Ptolomeos (interpretada en el cine nada menos que por Elizabeth Taylor), para consumar su poder tuvo que cautivar a Julio César y luego a su inmediato sucesor, Marco Antonio. Claro, ustedes dirán que eso fue hace mucho. Sin embargo, y pasando por alto las piezas de burlesque que nos regalan las revistas del corazón, las Miss Universo que se casan con presidentes y las estrellas en ascenso que hacen votos de fidelidad con empresarios o jugadores de fútbol para alcanzar los flashes durante algunos instantes, hasta no hace mucho hubo mujeres inteligentes que debieron resignar sus aspiraciones intelectuales y creativas porque sólo podían hacerse un lugar al lado de hombres famosos.

Basta con mencionar a Lou-Andreas Salomé. Era escritora, pero, sin embargo, es recordada como amante de Nietzsche y Paul Rée (amigo del filósofo) y musa inspiradora de la intelectualidad europea del siglo XIX. A los 17 años convenció a Hendrik Gillot, un predicador alemán 25 años mayor, que le enseñara teología, filosofía, y literatura francesa y alemana. Gillot quedó tan embrujado por sus encantos que planeó divorciarse de su esposa y casarse con ella. Algo parecido provocó en Nietzsche (que también le propuso matrimonio porque veía en ella a la única mujer capaz de entenderlo) y en Rée. La lista de aquellos con los que mantuvo correspondencia intelectual (y amorosa) es larga e incluye a personajes como el poeta Rainer Maria Rilke. Finalmente, a pesar de haberse opuesto férreamente al matrimonio, se casó con el lingüista Carl Andreas, con el que vivió hasta la muerte de éste, en 1930.

Alma Mahler, la mujer que adoró el célebre Gustav, era compositora, pero para casarse con él, 20 años mayor, se vio obligada a abandonar sus inquietudes artísticas y musicales. Al principio accedió, pero un buen día se cansó y, mientras su marido se retiraba a una residencia de verano para componer, ella se fue al balneario de Tobelad, cerca de Graz, en Austria, y allí conoció nada menos que a Walter Gropius, el fundador de la Bauhaus. La infidelidad hizo renacer el interés de Mahler...

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