La leyenda oculta de la vanguardia

Giselle Tomorrow comenzaba con una afirmación rotunda: "Nací en la crema chantilly". Fue una de las tantas creaciones de Graciela Martínez, un verdadera leyenda de la experimentación escénica de la cual poco se habla, poco (o nada, para los más jóvenes) se sabe. Pero en los años 70, se decía que era la primera bailarina pop de estas tierras gauchas.

A tantas vidas de aquello, ahora, en el espacio central de su casa, están los signos que marcan la ruta de esta novena hija de una tradicional familia cordobesa: su templo budista, la pared de espejos con la típica barra de baile y cuadros suyos dispersos por todos lados. Durante dos horas de charla, y antes del estreno de Papeles, montaje de Adriana Barestein, ella desgrana una historia que incluye nombres, ciudades y momentos históricos que son a la vez paradigmas de la experimentación artística de los últimos 50 años.

"¿Por qué bailo? Es lo que quise hacer desde siempre, nací para hacerlo -dice-. Pintar también. Va todo junto, como en lo que estamos por estrenar. El baile en mí va acompañado por el espíritu de búsqueda, que tampoco sé de dónde viene. Nunca paré de buscar cosas nuevas. Es como los chicos que tienen un juguete al que desarman para ver qué tiene adentro. ¿Ves? A mí siempre me pasó eso."

De joven, la "patito feo" de la familia criada en Villa Allende buscó otros rumbos lejos de la pulcritud de la crema chantilly. A fines de los 50 se encontraba en Bogotá con el pintor Antonio Seguí, su primer marido. Iba todo bien hasta que él, una tarde, le dijo que se le había acabado la plata. Casi se muere. Fiel a su costumbre, se reinventó. Decidieron enfilar hacia México. Para ganarse unos dineros, ella, donde podía, presentaba Danza y pantomimas, su primera obra; mientras Seguí intentaba vender sus dibujos antes o después de la función. No era fácil. Amigos, conocidos o conocidos de algún amigo les iban habilitando datos de lugares en donde presentarse. En Cartagena bailó en un teatro abandonado frente al mar. En Panamá, en casas de familias ricas. En Guatemala, en la de unos revolucionarios en tiempos de la revolución cubana. "Yo no la pasaba bien. Digamos que nunca tuve alma de mochilera, pero era lo que había y uno no se podía volver atrás. Cuando por fin llegamos a México nos moríamos de hambre", recuerda. Quien los protegió fue Héctor Tizón. El escritor era el agregado cultural.

En 1960, la joven pareja vuelve a Córdoba, luego a Buenos Aires. En esta ciudad ella se encierra en un...

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