¿Quién lee hoy Robinson Crusoe?

¿Qué es un clásico? A la mayoría de los adolescentes con los que lidio, por ejemplo, les cuesta creer que no haya leído Harry Potter. De nada les sirve el argumento de que cuando tenía su edad los libros de J.K. Rowling todavía no existían. En su opinión, los tomos que cuentan la historia del aprendiz de mago y del Colegio Hogwarts (¿se escribe así?) son clásicos hechos y derechos sobre los que debería lanzarme, incluso si no me gusta el tipo de fantasía que cultivan. Clásico, en su caso, es lo que hay que leer sí o sí por entusiasmo y compromiso generacional. Es una definición tan buena como cualquier otra, aunque sigo adhiriendo a la más frecuentada: la que sostiene que conviene aplicar el término a los libros (para atenernos solo a la literatura) que son capaces de cambiar y estimular lecturas nuevas sin considerar su edad. Un clásico es, a su manera, inimputable: una vez clásico no admite refutación. ¿O sí?Hace algunos meses Robinson Crusoe, la novela de Daniel Defoe, cumplió 300 años. Obligado a escribir una nota sobre el acontecimiento, aproveché para releerla. O mejor: empecé a releerla y recién en estos días estoy llegando al final. El libro, con sus casi seiscientas apretadas páginas, resultó ser mucho más extenso de lo que decía la memoria. Robinson Crusoe no había sido ni por asomo el clásico más memorable de los que pasaron alguna vez por mis manos, pero había un factor sentimental que le daba su carácter inolvidable: simplemente fue el primero que leí, allá lejos y hace tiempo, al fondo de la infancia. El náufrago en su isla fue el mito iniciático que, como a tantos otros, me inoculó el vicio de las playas desoladas y también el de la lectura. Del malentendido me percato ahora: la versión era una de esas tradicionales reducciones que hacía las delicias infantiles salteándose los tramos más tediosos, que son muchos, y los más incómodos para nuestra corrección política, que son legión.Defoe, uno de los primeros escritores profesionales, era también un emprendedor fracasado en busca de negocios. Su libro lo fue, quizá porque en gran medida el personaje representaba un ideal de época. La sensacional historia que lo inspiró, la de Alexander Selkirk, un escocés que fue abandonado en 1704 por el capitán de su barco en una deshabitada isla del archipiélago Juan Fernández, en el océano Pacífico, fue solo un punto de partida. Hoy una de las islas que componen ese territorio chileno lleva el nombre de Robinson Crusoe, pero Defoe tuvo la...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR