De los lectores: cartas & mails

Carta de la semana

El 2 de agosto de 216 a.C., en la llanura de Apulia, el ejército cartaginés de Aníbal, disminuido por las largas travesías por media Europa, habiendo perdido en esa marcha la mitad de sus hombres, sus armas pesadas y sus elefantes, y contando solo con un tercio de soldados bien adiestrados, aniquilaron al ejército romano, superior en número, profesional y bien instruido. ¿Dónde estaba el secreto de esta victoria? Los cartagineses tenían un jefe, solo uno, Aníbal. Los romanos eran conducidos por dos cónsules, que se turnaban diariamente en el mando. A su vez, estos eran secundados por los procónsules, resultado, caos, anarquía. Aníbal encabezaba, animaba y arrastraba a sus hombres. El mando bicéfalo e impersonal romano no animaba ni ejercía ese don del jefe que hace que los hombres vibren, llenen su espíritu de lucha, llenen el alma con sed de victoria.

A la selección argentina de fútbol le ocurre lo de los romanos. Tienen un jefe que no arrastra, sin prestigio en sus hombres y pareciera que no manda. A su vez, el mando se desgrana en un grupo de jugadores que manejan la selección a su gusto. Resultado, anarquía. Y la anarquía solo conduce a la derrota. La selección argentina de fútbol, en estas condiciones, es un rejuntado de buenos jugadores, pero no es un equipo. Mientras esto ocurra, los argentinos seguiremos viendo con pena el fin de una trayectoria que nos llenaba de ilusión y orgullo.

Florencio Olmos

DNI 5.941.080

La selección

El seleccionado conducido por Sampaoli nos deparó un humillante golpe al corazón de nuestro país futbolero. No debía sorprendernos. Es la muestra de una AFA con años de corrupción, del polémico empate en la elección presidencial de esa entidad en noviembre de 2016, de una desprolija sucesión de técnicos para clasificar al Mundial (Martino, Bauza y Sampaoli), de una convocatoria de jugadores que combinó algunos lesionados con otros debutantes. Todo esto hizo un combo explosivo. Sumado a todo, Messi, un extraordinario jugador que cargó con el peso de ser el responsable de todo cuanto se plasme en el campo de juego, está en un pésimo estado anímico.

Para finalizar, una frase del técnico, sacada de su propio libro: "Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista". Un claro ejemplo de por qué sabemos el resultado antes de comenzar a jugar. No seamos ingenuos.

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