La lección de la derrota

La Argentina tenía (y tiene) derecho a ilusionarse con la Selección . En medio de angustias y adversidades, el fútbol prometía una alegría, un respiro, acaso un modelo inspirador. Por supuesto que esa posibilidad no ha quedado sepultada, aunque es innegable la desazón que ha provocado el debut. ¿Podremos eludir el derrotismo, tan peligroso como el triunfalismo? Puede sonar voluntarista, pero la caída de ayer tal vez nos ofrezca la oportunidad de algún aprendizaje o al menos de algún debate constructivo sobre nosotros mismos.

Si bien es cierto que el entusiasmo previo estaba justificado, el tamaño de la decepción expone nuestra tendencia al exitismo, a la subestimación del adversario y a cierto exceso de confianza en nuestras propias condiciones y talentos naturales. La derrota sorpresiva quizá nos recuerde algo que la Argentina ha tendido a olvidar: que todo camino implica sacrificios, esfuerzos, tolerancia y fortaleza para lidiar con dificultades y fracasos. Ningún partido se gana antes de jugarlo; ninguna meta se alcanza "de taquito".

Hoy nos toca lidiar con el desencanto y la tristeza de un revés inesperado. Alguna sensación de injusticia merodea nuestro ánimo colectivo, como si nos costara asumir una nueva frustración. Esperábamos, con razón, que el fútbol nos diera una tregua en medio del agobio que provocan la inflación, la inseguridad, el deterioro de nuestra calidad de vida, los cepos y los atropellos . Tal vez buscábamos algo que nos uniera en un país cada vez más fragmentado, donde el poder fogonea y exacerba los antagonismos. Tal vez necesitábamos conectarnos con algo diferente, alejarnos de un discurso político cada vez más agresivo y hostil, para el cual hasta el dolor por los muertos de la pandemia es territorio de descalificación y de disputa. Hay algo de pensamiento mágico, sin embargo, en la idea de que Messi podría resolver los problemas que no somos capaces de resolver nosotros mismos o que un triunfo en Qatar podría aliviar las angustias de un país atrapado en su propia telaraña de traumas estructurales.

La política suele estar al acecho para aprovechar el fútbol como distracción, atribuyéndole -con algunas dosis de exageración- un efecto anestésico capaz de aliviar los dolores reales. Si así fuera, la derrota podría provocar el efecto inverso: agregaría angustia y pesimismo a una sociedad muy...

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