El lado inteligente de la sátira

El fiel biógrafo James Boswell registró varios de los altercados que tuvo en su larga y pintoresca vida Samuel Johnson, el lexicógrafo y crítico inglés. Hay uno famoso. Durante una discusión con un interlocutor agresivo, el doctor Johnson lo azuza diciéndole que su esposa, con la excusa de que trabaja en un lupanar, aprovecha para vender género de contrabando. Es un agravio sofisticado. ¿Cómo habrá reaccionado el aludido? No lo sabemos. Quizá con otra anécdota que cuenta Borges en "El arte de injuriar" y le atribuye a De Quincey. En un debate intelectual alguien le arroja un vaso de vino a la cara a su rival, que responde: "Esto es una digresión; ahora espero su argumento".

Es ingenuo, quizás incluso literario, añorar que las disputas de hoy pudieran resolverse con el ánimo simbólico con que sabían llevarlas adelante esos ilustrados caballeros del pasado. La abominable masacre producida hace dos semanas por un par de fanáticos jihadistas en las oficinas de Charlie Hebdo deja en evidencia que el oficio de satirista se ha vuelto una profesión de riesgo. La condena masiva del ataque se inclinó, por un lado, a una defensa irrestricta de la libertad de expresión; por otro, a sugerir, no sin coletazos polémicos, que la burla puede ser una forma de extralimitación.

No es trivial señalar que la sátira política ilustrada tuvo su bastión principal en Francia (vale recordar a Honoré Daumier). No fue nunca una actividad limitada a lo risueño, sino, sobre todo, vitriólica. Su fin declarado consistía en deformar y exagerar los supuestos defectos para volverlos evidentes. En toda sátira se toma alguna clase de partido y su capacidad demoledora implica una declaración de principios. Imposible no defender sus derechos, pero ¿cómo puede lidiar con culturas por completo refractarias a ella?

El novelista inglés Tim Parks, en un artículo publicado en The New York Review of Books, intenta responder esa ecuación compleja. En su opinión, si la sátira no alienta a la gente a pensar de manera más clara, simplemente fracasó. Sobre todo, señala, cuando "la sátira refuerza el estado de ánimo que pretende socavar, polariza prejuicios y provoca el exacto tipo de comportamiento que condena", como ocurrió con las imágenes de Mahoma publicadas por Charlie Hebdo.

No se trata de impugnar ninguna libertad, sino de preguntarse sobre la función de la sátira hoy. La sátira, con sus burlas y sarcasmos, actúa, tiene su...

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