Juego de complementos

La originalidad de los pianistas no suele medirse según totalidades. Amamos a algunos en ciertos repertorios y nos sentimos más lejanos de ellos en otros. A pesar de sus registros de los Preludios y los Nocturnos, el nombre de Frédéric Chopin no sería el primero que se mencionaría al hablar de Daniel Barenboim. Eso hasta ahora. El regreso de Barenboim a Deutsche Grammophon -el sello en el que grabó, por ejemplo, su segunda integral de las sonatas para piano de Beethoven- debería cambiar un poco esa opinión. Son dos discos: uno recupera la grabación de un recital en Varsovia, por el bicentenario del nacimiento del compositor, con la Sonata en si bemol menor, la Fantasía en fa menor y varias piezas breves; el otro incluye su primera grabación de los dos conciertos para piano.Hay algo en su abordaje de Chopin que recuerda a Arthur Rubinstein, uno de sus ídolos de juventud. Pero el resto es enteramente propio. También acá se manifiesta la tremenda originalidad del pianista. En los conciertos, Barenboim se aleja del enfoque rubinsteiniano, por ejemplo en la precipitación del Allegro del segundo. Aunque dirigida por Andris Nelsons, la Staatskapelle Berlin es la orquesta de Barenboim, y eso se nota todo el tiempo en el entendimiento entre solista y orquesta -la necesidad incluso de una mutua anticipación- tan decisiva en los conciertos de Chopin.El enfoque de la Sonata es muy diferente de su grabación de mediados de la década de 1970, ya desde el primer movimiento, donde Barenboim recurre a violentos y personalísimos rubatos, o en la magnificación punzantemente expresiva de los trinos en el Scherzo. Tal vez se escuche aquí la madurez del intérprete, entendida, según él mismo explicó en una entrevista, como la...

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