José de San Martín, un profesional militar con visión política y humanística

Busto del General Don José de San Martín en la plaza de Yapeyú.

El Santo de la Espada, así llamó el escritor Ricardo Rojas a nuestro máximo prócer por antonomasia. En un nuevo aniversario de su muerte, me permito recordar brevemente el perfil militar del Libertador sin omitir, por supuesto, que presionó y fue el gestor de nuestra independencia, contribuyó con la de Chile, proclamó la del Perú y gobernó ese país. Siempre con ejemplar criterio, combinó lo militar con lo político. En extrema síntesis, San Martín fue eminentemente un profesional con visión política y humanística. No desconocía las campañas de Alejandro Magno y Julio César, pero quizás influyeron más en él las de Federico de Prusia y Napoleón. En la expedición de Chile al Perú se aprecia una influencia del almirante británico Horatio Nelson. Nunca en sus campañas la creatividad y la iniciativa se le fueron de las manos. Como buen ajedrecista, fue un maestro en la estrategia psíquica, y en lo que hoy llamamos acción psicológica -que él llamó "guerra de zapa"- para desconcertar y desequilibrar al adversario.

Exigía una rigidez disciplinaria acorde con la dignidad del soldado, pero inspiraba una confianza empática; sin duda ejerció un mando firme, equilibrado y respetuoso. Su carácter era recio cuando la situación lo imponía; el coronel Manuel Dorrego lo experimentó en carne propia cuando en una reunión de mandos, convocada para unificar voces de mando, pretendió burlarse del tono de voz del general Manuel Belgrano.

Estuvo prisionero de guerra dos veces, lo que contribuyó a fortalecer su férreo temple ante la adversidad, como lo demostró cuando parte de sus fuerzas fueron derrotadas en lo que se conoce como la sorpresa de Cancha Rayada. Fue más allá de las disputas internas. Actuó con coherencia y fe en su causa, desechando prebendas honoríficas. Luchó por la libertad, la justicia y la paz. Respetó al adversario y no descuidó la ilustración de los pueblos. Tuvo humanas carencias y debilidades que nunca ocultó. Su repulsión a las luchas fratricidas ahorró víctimas entre sus conciudadanos.

No dudó en desobedecer al gobierno del Directorio cuando, después de Maipú, en 1819, le ordenó regresar con su Ejército desde Chile para someter a las provincias que hacían la guerra a la autoridad nacional. Al respecto, en 1846, dijo: "Yo había visto que los mejores jefes, como las mejores tropas, se habían desmoralizado y perdido en la guerra del desorden que era necesario hacer, y sobre todo en...

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