Intimidad en el parque

Diego es uno de mis compañeros de trabajo. Nos une esa afinidad liviana que enhebra dos vidas en conversaciones fugaces (y en apariencia triviales) cuyo escenario puede ser la pequeña cocina junto a la que tomamos café. Suelo hacer en esos ámbitos preguntas en cierto modo inesperadas. A veces le pregunto a alguien si es feliz, y en caso de que la respuesta sea afirmativa (casi siempre lo es) intento averiguar por qué. Mis compañeros me miran con alguna curiosidad, cuando no con la preocupación con que se mira a un fenómeno, pero siempre responden. Todos necesitamos ser escuchados, hacer oír nuestros sentimientos más íntimos y sentir que le importamos a alguien, sea esto verdad o no; el narcisismo se encarga de corregir esos detalles. Hace unos años, Diego me contó que tenía una hija de 7 años. Mientras pulsaba el botón de la máquina del café, me dijo que el fin de semana anterior habían ido de picnic. El sábado a la mañana cargaron una pequeña heladera sin muchas más ambiciones que ir juntos a un parque: fiambres, gaseosas, un mazo de naipes y un frisbee. Lo demás iba a ser una extensa conversación entre padre e hija. No hay temas menores en esas charlas. Aunque nos hablen de sus juguetes preferidos o de un altercado que han tenido en la escuela, temas en apariencia nimios, escucharlos es un modo de vislumbrar cómo crecen nuestros hijos. Diego le preguntó a Lola (su hija se llama Lola, uno de los nombres más hermosos que pueda llevar una mujer) quién era su novio. Lola le respondió cosas de niños: se ha peleado con el último galancito, un gurrumín que la tuvo a maltraer dos semanas enteras de su vida breve, y uno distinto pasó a ocupar sus cándidas fantasías de princesa. Diego habló aquella vez con una nueva luz en los ojos. Es el fulgor que llevamos los padres en la mirada cuando hablamos de aquello que amamos de una vez y para siempre. La niña corre por el parque, se detiene frente a un grupo de chicos que arrían un barrilete, sube a unos juegos de madera en el arenero. Su padre la sigue con la curiosidad con que se observa un asteroide: todo ser humano es un enigma, y más aún lo son para los padres sus hijos.

Hace...

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