Instrucciones breves para hibernar en verano

"El tiempo ayuda a que me sienta así: humedad, y la temperatura me va haciendo recordar que no falta mucho para el verano. Tendré que resolver ahora el tema del aire acondicionado; estoy lleno de dudas pero por perjudiciales que sean sus efectos, debo tener resguardo para la crueldad del verano; no quiero volver a fugarme del cuerpo con la intensidad que lo hice el año pasado; no quiero volver a ser un autómata hechizado por la computadora." Esto escribe el uruguayo Mario Levrero en su libro de culto La novela luminosa, diario del año en que ganó la Beca Guggenheim e intentó salir de su adicción a la computadora -juegos, programación, pornografía- para escribir una novela fulminante.

Cada vez que empieza el verano me siento así. Un primer tiempo de euforia: salgo a relucir mis atuendos veraniegos, voy cayendo cual paracaidista en la casa de amigos con pileta, me sumerjo en las verdulerías a saquear frutas tropicales. Y luego de días de temperaturas de más de treinta grados con la ciudad en carne viva, pienso: quiero bajar las persianas, prender el aire acondicionado a temperaturas polares y dormir todo el día. Este verano me gustaría pasarlo hibernando.

Recuerdo que todos los eneros entre los trece y los dieciocho años los pasé durmiendo de día y viviendo de noche. Como mis padres tenían la bendita costumbre -regida, entre otras cosas, por el calendario de sus psicoanalistas- de tomarse vacaciones en febrero, enero era un mes muerto. Mis amigos se iban afuera y como yo era demasiado grande para la colonia de verano y demasiado chica para irme con mis amigos, no tenía nada que hacer. Supongo que fue por eso que empecé a escribir. De puro aburrimiento.

Desde entonces, cada vez que llega el...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR