Una inquietante sensación de fragilidad y desgobierno

Acto en la CGT.

Ante cada pedido, Daniel Scioli dio la misma respuesta. Recibió múltiples llamadas de representantes de empresas urgidas por lo más escaso esta semana, permisos para importar, y contestó que tendrían que esperar hasta la semana próxima porque se necesitan dólares para pagar gasoil. ¿Se podrá al cabo de ese plazo? Él espera que sí. Es la explicación que le dieron en el propio Gobierno. El ministro de Desarrollo Productivo habla casi todos los días con Miguel Ángel Pesce, presidente del Banco Central, pero la realidad es que no tiene por qué conocer con exactitud esa disponibilidad: nadie está en condiciones de anticipar escenarios dentro de una administración que últimamente decide tarde y mal.

Scioli lleva dos semanas en el cargo y sus colaboradores ya lo han oído maldecir el momento en que aceptó formar parte del gabinete. Exactamente lo contrario de lo que dicen quienes frecuentan a su antecesor, Kulfas: que el economista está aliviado.

El Gobierno ha quedado atrapado en su propio cepo. Si no consigue liberar algunas importaciones, la economía empezará a frenarse. Por eso hay funcionarios llamando a bancos para que, sin hacer ruido, convenzan a sus clientes exportadores de acelerar la liquidación de divisas. No es tan fácil. El volumen de la cosecha liquidada es hasta ahora un 30% menor que el del mismo lapso de años anteriores. No se termina de notar proporcionalmente en la recaudación porque los precios son más altos. Convencido de que retienen todavía unos 2000 millones, Julián Domínguez, ministro de Agricultura, sondeó a las cereales, por ahora sin éxito. ¿Y si obedecen y viene una devaluación?; ¿quién se haría cargo de esa pérdida?, le contestan.

La novedad de estos últimos meses no es tanto la desconfianza del establishment en Alberto Fernández como que hasta los que se suponían incondicionales han perdido la fe. Hubo al respecto un punto de inflexión que el entorno del Presidente y algunos empresarios ubican en aquel sábado posterior al acto de Tecnópolis en que el jefe del Estado aceptó, por presión de Cristina Kirchner, echar a Kulfas. No porque el exministro fuera irreemplazable, sino porque todo ocurrió de un modo explícito, sin disimulos, y con uno de los ministros más identificados con el pensamiento de la Casa Rosada.

Ese quiebre pasó esta semana por primera vez al ámbito sindical, otro sector políticamente decisivo, con las deliberaciones en derredor de la visita del Presidente ayer a la CGT. El acto se...

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