Inocentes presos: la desesperante experiencia de una condena por error

Marcos Milla tenía 19 años cuando fue condenado a prisión perpetua por un crimen que no cometió. El suyo no es un caso aislado. De hecho, son muchas las historias de inocentes que terminan presos, producto de un sistema policial y judicial lleno de lagunas.

Una vez ahí, detrás de unos barrotes injustos, los sentimientos que los atraviesan son parecidos: viven en un infierno en el que los días pasan en cámara lenta y al que no le ven salida; se desesperan al pensar que nadie les va a creer, que van a "peinar canas" tras las rejas; sufren al imaginar que nunca van a volver a dormir en sus casas, con sus seres queridos, y no pueden dejar de preguntarse: ¿por qué a ellos?

Cuando lo detuvieron, Marcos era un chico que no sabía ni leer ni escribir, que había vivido toda su vida en la villa Palito, en las entrañas de La Matanza, sin DNI, luchando contra su adicción al paco desde los 12 y sobreviviendo de lo que pedía en la calle. Había tenido problemas con policías en otras oportunidades, pero asegura que siempre se hizo cargo de sus actos.

Esa vez, en cambio, la "ligó de arriba". Fue acusado de participar de un hecho que ocurrió el 22 de noviembre de 2013, cuando cuatro jóvenes se subieron a un colectivo de la línea 97 a robar. Les sacaron a los pasajeros lo que pudieron y antes de huir le dispararon al chofer, quien murió horas más tarde.

Después de pasar casi cuatro años preso, el 30 de octubre de 2017 Marcos fue absuelto y recuperó la libertad. Lo consiguió gracias al trabajo de organizaciones sociales, un cura villero y la Defensoría ante la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires (SCBA), que demostraron su inocencia y dejaron al descubierto las irregularidades que habían salpicado toda la investigación policial.

"Si no fuera por ellos, mi suerte habría sido otra: no salía más", dice Marcos. "Pasé muchas cosas adentro. Y viví mucha agresión física por parte de la policía y de los mismos internos. Mirá: me lastimaron por todos lados", cuenta, mostrando las cicatrices que le dejó el encierro.

Pero también están las otras, las que no se ven. Sentado junto a su novia, Emilce, el joven agrega: "Le pedí a ella que me sacara un turno con el psicólogo. A veces cuando me levanto todavía pienso que estoy allá, en la cárcel, y digo: '¿En serio pasó todo esto?'. Hoy quiero estudiar, conseguir un trabajo y estar con mi familia".

Algunos de los que "caen" tienen un perfil similar al de Marcos: chicos que viven en villas y asentamientos, generalmente con antecedentes penales. Esos son carne de cañón, pero están los que jamás habían pisado una comisaría, mucho menos una cárcel.

Aunque no hay cifras oficiales de cuántas personas están o estuvieron detenidas por delitos que no cometieron, por causas armadas o condenas erradas, los organismos estatales y las organizaciones sociales y de derechos humanos que trabajan para liberarlas reciben decenas de casos por año. Coinciden en que esas historias son apenas la punta del iceberg: se trata de una problemática invisibilizada y serían muchos más los casos que no llegan a ver la luz.

La Defensoría ante la SCBA, por ejemplo, lleva desde el 2000 un registro que suma 313 causas armadas por la policía y el servicio penitenciario. Por otro lado, el CELS investigó 19 casos desde 2014; el Observatorio de Prácticas del Sistema Penal de la Asociación Pensamiento Penal, unos 100 (algunos de los cuales fueron desestimados), mientras que Innocence Project Argentina recibe unas 130 consultas por año (aunque muchas no cumplen con sus estándares de admisibilidad).

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Según los especialistas, hay una serie de malas prácticas enquistadas en el funcionamiento de la policía y el Poder Judicial: patrones sistémicos que son el...

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