El inminente final para el único tambo que queda en una región de Santa Fe

Desesperación, angustia y tristeza. Tres palabras parecieran englobar el sentimiento que atraviesa a la tambera Alejandra Badino, que ve que el oficio de toda su vida está en su cuenta regresiva, al filo de perderlo. Tiene el único tambo que quedó luego de sucesivas crisis en una región productora de Cañada Rosquín, en el centro de Santa Fe."No lo dejo por gusto, nos obligan a hacerlo por miedo a que lo poco que uno tiene lo puede perder. Esa pasión por ser tambera la mamé desde chica yendo todos los días, feriado o no, a ordeñar o a dar de comer en la guachera. Es lo que hice toda mi vida y lo único que sé hacer. Hoy siento que toda esa vida está a punto de derrumbarse", cuenta a LA NACION, la productora de 54 años.Desde los 13 años que es tambera, aprendió de sus padres en Cañada Rosquín, Santa Fe, donde ellos trabajaban. Apenas caminaba y ya pasaba horas en el corral. Cuando cumplió los 12 años y terminó la primaria en una escuela rural, no había secundaria cerca por lo que debió quedarse trabajando con las lecheras. "A veces pienso que me hubiese gustado seguir estudiando y ser veterinaria pero este amor que tengo por este oficio que me trasmitieron mis padres es enorme", relata.Al tiempo se casó y tuvo cuatro hijos. La familia de su marido tenía un pequeño campo con un tambo llamado Don Pedro, que lo alquilaban a terceros. Con la crisis del año 1993 decidieron hacerse cargo del tambo que hacía tiempo estaba semi abandonado. Empezó de nuevo con una vaca y cuando llevaba sus...

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