Inmigrantes: los nuevos porteños van dejando sus huellas en los barrios de la ciudad

Eduard Meléndez se prepara sopa, lentejas, mandioca frita, como si viviera en Colombia. Pero no, está en el barrio de Palermo, Buenos Aires, Argentina. La dominicana María Isabel Berroa, una peluquera que también se dedica a esculpir uñas, escucha bachata desde temprano, como si estuviera en su país. Pero está en el barrio de Constitución, Buenos Aires, Argentina. La coreana Hye Hyun Son (Alexandra) organiza en un rincón de su restaurante una biblioteca con los clásicos de su país, algunos traducidos al inglés; su vecino, el empresario Song Hee Ho (Víctor) armó el club de amigos del cine coreano; así se sienten como en Corea, pero en el barrio de Flores, Buenos Aires, Argentina.

La Argentina y, en particular, su capital tiene una historia receptiva de inmigrantes. El proceso de migración de finales de siglo XIX se enmarcaba en la necesidad del país de contar con una inmigración blanca, europea en el proceso de repoblamiento y nueva identidad nacional que se estaba desarrollando. La nueva inmigración, en cambio, se caracteriza por las complejidades de la globalización: multitud de orígenes y de propósitos. En ambos casos, "la migración, como proceso histórico siempre deja huella", señala el doctorando en ciencias sociales y políticas, especialista en temas migratorios, Sergio Prieto Díaz.

Según el último censo nacional, en la ciudad de Buenos Aires hay 381.778 extranjeros, lo que representa el 13% de la población. Los barrios más receptivos en la última década fueron el de Constitución, Monserrat, Puerto Madero, Retiro, San Nicolás, San Telmo (Comuna 1), donde residen 50.948 extranjeros; le siguen Villa Lugano, Villa Riachuelo, Villa Soldati (Comuna 8), con 43.742 y son 40.967 los que eligieron vivir en el barrio de Flores y Parque Chacabuco (Comuna 7).

El barrio de Palermo está entre los seis más elegidos: viven 23.399 extranjeros. El 40% de los migrantes de los últimos años son del "resto de América"; hay una fuerte presencia de mexicanos, brasileños, uruguayos y colombianos, estos últimos, los que más aumentaron recientemente.

Las verdulerías de esa zona de la Capital, con diversidad de frutas típicas de Centroamérica, ofrecen una pista de esta tendencia. En la esquina de El Salvador y Salguero, Paco Pineda termina con una clienta y se pone a acomodar las frutas. "En el barrio hay una verdulería por cuadra", dice. "A la gente de por acá le gusta comer mucha fruta". Habla de cómo fue incorporando variedad en los últimos cinco o seis años.

"Antes esto no se veía acá", dice con un plátano en su mano; se parece a la banana pero no es dulce y se come frito. "Me lo piden mucho los colombianos y mexicanos", comenta. Y también menciona frutas que sumó de tanto que se las nombraron: mango, papaya, maracuyá y guayabas. El maracuyá sólo lo trae por medido: cuesta $90 el kilo. La mayor demanda proviene de extranjeros, pero con el tiempo los porteños también las incorporan, como pasó con la palta.

El experto en desarrollo y gestión de ciudades Fabio Quetglas explica que como se migra en red, es decir, no se da de un modo aislado, cuando se consolida una colectividad en un país la posibilidad de que siga creciendo es altísima...

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