Uno y el infinito

Como en un cuadro de David Hockney, el aire es transparente; el agua, turquesa; la luz, iridiscente. Adivinamos el sonido del viento, el calor del sol sobre la piel, el sabor a sal. Es el verano septentrional y ella no es más que un punto diminuto contra el inmenso telón líquido del mar que rodea la península de Crozon, en la región francesa de Bretaña. Quedó fuera de cuadro el entorno idílico: los espectaculares acantilados, los puertecitos flanqueados por casas de colores y los veleros balanceándose en la brisa. Sólo permanecen una soledad y una infinitud sobrecogedoras. Y ese océano primigenio que la invita a internarse en el...

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