La increíble aldea de los muñecos de trapo

La ternura extraña de una mujer que día tras día, hilo sobre hilo, botones, dedal y aguja, busca reinventar el mundo donde alguna vez vivió. Está ahí nomás, en Internet. Apenas un guijarrito entre el alud de noticias, videos, infidencias y curiosidades que mece el océano virtual; un detalle perdido entre las últimas noticias del avión de AirAsia, los rankings del año que pasó y las apuestas por el que viene.

El documental es muy breve, se llama Nagoro. Valley of dolls, y luego de que su autor, el alemán Fritz Schumann, lo subiera a la red social Vimeo, tuvo su módica secuencia de comentarios, puesta en circulación de imágenes, artículos, algún rebote televisivo. Allí aparece Ayano Tsukimi, una afable mujer de 64 años que vive en Nagoro, diminuta aldea ubicada en una de las cuatro islas -la menos extensa y poblada- que conforman Japón. Hay bosquecillos de arces, arroyos, montes donde se demora la niebla: un entorno de ensueño alrededor de un poblado fantasma.

De niña, Tsukimi conoció la pujanza del lugar. Luego viviría su lenta decadencia y, como la mayoría de sus habitantes, se iría en busca de ciudades más propicias. Pero hace unos once años regresó para cuidar a su padre. La recibieron los mismos edificios que habían acompañado su infancia, los mismos espacios comunes, carreteras y templos. Sólo había cambiado una cosa: ahora estaban vacíos.

En el video no se brindan detalles sobre las actividades de Tsukimi en Osaka, la ciudad donde -según cuenta Schumann- se había radicado y donde hoy viven su marido e hijo. Sólo se muestra el resultado de lo que probablemente haya sido un cataclismo interior, pero en esta mujer de modos suaves apenas transmuta en una sonrisa amable y, al día de hoy, unos 350 muñecos de trapo, tamaño natural, desperdigados por cada rincón de Nagoro.

Porque desde que regresó a su pueblo natal, Tsukimi se dedicó a coser botones a modos de ojos, diseñar vestuarios, rellenar brazos y piernas, siluetas delgadas y cuerpos robustos. Desde hace diez años crea hombres, mujeres y niños de tela. Y no para porque -así lo cuenta ella- "los muñecos viven menos que nosotros". Tres años, calcula la demiurga, resisten los seres de trapo el desgaste y las inclemencias del tiempo. Así que hay trabajo, mucho trabajo por hacer, si se quiere que Nagoro vuelva a estar habitado.

Todo empezó, increíblemente, con un espantapájaros. A poco de instalarse en...

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