Imprudente activismo judicial

La prohibición de la actividad de los repartidores que utilizan plataformas que se gestionan mediante aplicaciones móviles es una nueva muestra de la falta de prudencia de este magistrado frente a una situación que, si bien presenta desafíos para los reguladores, difícilmente pueda ser bien gestionada mediante resoluciones judiciales.Nos referimos a servicios de delivery en bicicleta y moto como Pedidos Ya, Glovo y Rappi, que operan en la ciudad de Buenos Aires.Los nuevos servicios presentan muchos puntos opinables para la discusión respecto de si se los debe regular y con cuánta intensidad, y sobre su tratamiento tributario. Son decisiones que deben tomar los legisladores, siempre que respeten los principios constitucionales.La resolución del juez Gallardo acumula fundamentos de variado tipo, que responden cada uno a causas distintas y que tienen soluciones distintas. Menciona los accidentes viales que sufren estos trabajadores; la falta de elementos de protección y señalización; la vulnerabilidad que presentan por no estar cubiertos por las prestaciones de la seguridad social, y otras circunstancias que según el juez harían muy peligroso mantenerlos en actividad. Se funda para prohibir el servicio en episodios de accidentes viales, algunos incluso mortales, que han sufrido las mismas personas a las que, por eso, en los hechos opta por prohibirles trabajar, al tiempo que acusa al gobierno de la ciudad de Buenos Aires de ser displicente en el control del cumplimiento de una ley dictada en 2016 para regular el llamado delivery.Como suele ocurrir, esa ley abunda en un detallismo exasperante, ya que contiene decenas de requisitos de habilitación que incluyen la cantidad mínima de repartidores que puede tener quien los emplea, los accesorios que deben llevar en su indumentaria y hasta la exigencia de cumplir con un curso de capacitación.Es tan absurdamente larga la lista de la documentación que alguien debe presentar para que lo registren como repartidor matriculado que, naturalmente, la norma se convierte en una invitación a no cumplirla, sobre todo si se considera que la actividad es prestada por personas no precisamente habituadas a semejante sofisticación burocrática.Lo mismo ocurrió hace muchos años con una extravagante norma de la ciudad que, aunque parezca una broma, pretendió regular a los paseadores de perros, a quienes pretendió exigir una...

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