Humanizar la humanidad

AutorJon Sobrino

Me han pedido unas reflexiones sobre la opción por los pobres, su complejidad y su significado para la misión de la Iglesia. Muchas se han hecho ya en los últimos años y muchas se harán en esta Conferencia. Desde mi experiencia en El Salvador en los últimos treinta años, voy a concentrarme en dos puntos: lo que la Iglesia debe hacer en favor de los pobres, la perspectiva más habitual, y lo que los pobres pueden hacer en favor de la Iglesia -y, más radicalmente, de la sociedad,- perspectiva más inusitada. La novedad que puede haber en este enfoque consiste en que la opción no es unidireccional: la Iglesia tiene que hacer una opción no sólo a “dar” a los pobres, sino también tiene que hacer una opción a “recibir de los pobres. Y eso es todo menos evidente.

Entendida así la opción, la Iglesia no sólo estará haciendo un bien concreto -“ofrecer ayuda a alguien”-, sino que está ayudando a configurar una totalidad humana utópica, que hemos llamado “solidaridad”: llevarse mutuamente Iglesia y pobres 1. En nuestro mundo concreto, eso puede ser un aporte importante a la construcción de la utopía de la humanidad: “que el mundo llegue a ser un hogar para el hombre “ (Bloch), “revertir la historia” (Ellacuría), “humanizar la humanidad” (Casaldáliga).

Eso es lo que queremos analizar, pero antes quisiera hacer algunas reflexiones para mostrar la hondura que “la opción por los pobres” tuvo al principio, y que después ha ido decayendo. Y también quisiera enfatizar que “la opción por los pobres”, costosa ciertamente, no sólo hay que verla como algo que implica sufrimiento y riesgos, incluido el martirio, sino también como algo que da sentido y gozo a la existencia. Personalmente, en décadas pasadas me ha tocado vivir en una Iglesia que hizo la opción por los pobres. Y nunca he visto tanto gozo en una Iglesia.

De sobra está decir que lo que voy a decir a continuación está basado, en lo fundamental, en mi experiencia salvadoreña, con su riqueza y sus limitaciones. Y quiero decir también que me fijo en los temas que, aunque no sean los más novedosos, en mi opinión, necesitan atención.

1. La hondura de la opción
1.1. Lo no evidente: en los pobres se hace presente el misterio

No hay que dar por supuesto que “la opción por los pobres” está in possesione en iglesias y teologías, de modo que sólo habría que reformularla de vez en cuando. En mi opinión las cosas no son así, sino que -aunque ciertamente ha habido avances en la comprensión de la opción-, tomada en serio, sigue siendo todo menos evidente. Permítaseme esclarecerlo, haciendo una digresión sobre el evangelio de Marcos.

Para Marcos, vivir el cristianismo no era nada evidente, aun después de varias décadas de vida cristiana en las comunidades. No lo fue para los hombres religiosos de su tiempo, ni para los familiares de Jesús, ni para sus discípulos. Mejor lo comprendieron las mujeres, aunque al final, junto al sepulcro, tampoco ellas tuvieron palabras que decir y guardaron silencio 2. “Qué es ser cristiano” resultó ser no sólo costoso, evidentemente, sino también escandaloso y contracultural, de modo que, como es bien sabido, años después de ser editado el evangelio, se le añadió un final menos escandaloso (Mc 16, 9-20), más manejable dentro de las comunidades. Ser cristiano no era algo de lo que ya se estaba in possesione.

Pues bien, algo semejante se puede decir de la opción por los pobres. Vivirla a la larga y consecuentemente no ha sido fácil, ni se puede dar como cosa evidente. Sin buscar paralelismos fáciles, el empeño en añadir a la opción los términos preferencial, no exclusiva nos recuerda el añadido del final de Marcos, que quitaba agudeza al final original.

La dificultad de mantener la opción proviene de sus costos, evidentemente, pero proviene también -al nivel metafísico, pudiéramos decir- de aceptar y mantener que en los pobres se hecho presente un misterio, y para algunos el misterio. Históricamente, en ellos “ha irrumpido la realidad”. Teologalmente, en ellos “ha irrumpido Dios”. Ha irrumpido, pues, el misterio. Sabido es que ningún misterio es fácil de aceptar por lo inmanipulable. Pero menos lo es, si ese misterio se hace presente en los pobres. Entonces no es sólo inmanipulable, sino contracultural.

Empezamos con esta reflexión, para situar y mantener a los pobres en el ámbito del misterio de Dios, al menos cuando los contemplamos desde la fe y la teología 3. Y en nuestra opinión, esta advertencia es oportuna en la actualidad cuando en las iglesias se trivializa a los pobres y al misterio, o se les domestica a través de innumerables formulaciones doctrinales. La opción por los pobres, en cuanto se la mantiene, se la suele desplazar al ámbito de la pastoral, pero sin mantener sus raíces hondas en la fe.

1.2. La prioridad lógica de la misión -opción por los pobres- sobre la Iglesia

El misterio de los pobres es anterior a la misión eclesial, y esa misión es lógicamente anterior a una Iglesia ya constituida. Sigue en pie lo que escribió J. Moltmann hace ya muchos años: “no es la Iglesia la que “tiene” una misión, sino a la inversa, la misión de Cristo se crea una iglesia. No es la misión la que hay que comprender a partir de la Iglesia, sino a la inversa” 4. Esto quiere decir que no es que exista ya la Iglesia, y que, después, se pregunta qué hacer para y con los pobres, como si la Iglesia ya estuviese constituida formalmente con anterioridad a su relación con ellos, y como si el modo histórico de llevar a cabo esa opción no afectase a algo esencial de la Iglesia, la cual permanecería intocable a lo largo de la historia.

En la Iglesia existen realidades previas a la opción por los pobres -ciertamente Dios, su Cristo y su palabra, y hay que mantener como verdad central que la iniciativa proviene de lo alto, del Dios que nos amó “primero”. Pero el misterio de ese Dios y de ese Cristo se va mostrando en relación con los pobres de este mundo, de modo que ahondar históricamente en la figura histórica del misterio de los pobres es ahondar también en el misterio de Dios 5. En la opción por los pobres se decide, pues, la esencia histórica de la Iglesia de Jesús. El estar “ante” los pobres no expresa entonces un ubi categorial de una sustancia llamada Iglesia que ya estaría formalmente constituida. En esto reside, en mi opinión, la radicalidad -y la complejidad- de la opción por los pobres para la Iglesia: dicha opción configura esencialmente su misión y, así, su identidad histórica.

Recalcamos esto, porque hoy abundan textos doctrinales sobre la Iglesia, pero no parece que se imponga con fuerza una misión que la vaya re-creando. La opción por los pobres, como cosa real, sí lo fue en el pasado, pero en el presente se ha diluido en cuanto opción “fundamental”, sin que la discusión sobre si la opción es “preferencial”, pero “no excluyente”, por legítima que sea, le haya devuelto la fundamentalidad que antes tenía. Muchas otras cosas se ofrecen hoy a la Iglesia como si fuesen su norte y dirección adecuados: al nivel pastoral, asegurar la masividad (de fieles, documentos, congresos, celebraciones, canonizaciones, medios de radio y televisión...), en definitiva una pastoral del éxito. Y al nivel doctrinal, una doctrina omniabarcadora, rígida, clara y distinta, con lo cual -piensa la institución- se expresa hoy mejor la fidelidad a Dios y su Cristo.

En todo esto puede haber cosas importantes, pero creo que se ha perdido la dirección fundamental de la misión, porque se ha diluido la centralidad del pobre en esa misión. No fue así antes, y recordémoslo en palabras, por cierto, anteriores a Medellín. Al final de la primera sesión del concilio se lamentaba el cardenal Lercaro de que “al Concilio le ha faltado hasta ahora algo”, y se preguntaba: “¿Dónde encontraremos ese impulso vital, esa alma, digamos esa plenitud del Espíritu?”. Y respondió: “Esta es la hora de los pobres, de los millones de pobres que están por toda la tierra” 6.

1.3. La salvación que traen los pobres

Ya lo hemos dicho. La relación Iglesia y pobres es salvífica, pero no sólo en una dirección. Hay que preguntarse qué de salvación produce la Iglesia -si es fiel a sí misma- para los pobres. Pero, aunque no suele ser tratado con rigor, hay que preguntarse también qué de salvación histórica ofrecen los pobres a la Iglesia y a la humanidad. Lo veremos más adelante, pero quiero hacer ahora algunas consideraciones de tipo formal.

Ante todo una aclaración. Los pobres, a los que consideramos ahora en su calidad de “empobrecidos”, “víctimas”, no ofrecen una redención a la manera de la expiación vicaria. Sí es evidente que cargan con el pecado del mundo (tesis histórica). Pero también hay que decir que aportan algo importante a la salvación del mundo, lo cual en parte es tesis de fe, de acuerdo a la teología del siervo, y en parte es también tesis histórica: introducen en el mundo, o al menos posibilitan históricamente, como no lo hace ninguna otra realidad, valores humanos y cristianos, luz, verdad, capacidad de conversión, perdón -sobre lo cual volveremos. Se genera así un círculo soteriológico: al “salvar” a la Iglesia (y al mundo), los pobres la capacitan para que ésta, a su vez, se vuelque sobre la salvación y liberación del pueblo crucificado, se dedique a “bajar a los pueblos crucificados de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR