El fin de la vida humana y sus prolegómenos: consideraciones ético-jurídicas

AutorEduardo Martín Quintana
Cargo del AutorDoctor en Ciencias Jurídicas
Páginas615-641

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1. Concepto de muerte
1.1. La muerte

Hacia mitad del siglo XX el filósofo italiano Hugo Spirito vaticinó que el progreso de la humanidad había llegado a un estadio inimaginable en toda su historia anterior: el ser humano pasaría de ser objeto pasivo de las fuerzas evolutivas de la naturaleza a ser sujeto activo de ellas. En sus manos estaría delinear al Hombre futuro: el comienzo de cada vida humana dependería de su voluntad, como también la prolongación de su fin.1Sin adentrarnos ahora en la valoración que merecen estas apreciaciones, no cabe duda de que tres décadas más tarde algunas se fueron tornando reales y dieron lugar a graves cuestionamientos éticos y jurídicos.

Frente a la cuestión en análisis –la muerte– es evidente que los avances científicos y tecnológicos han modificado el panorama de tal forma que los paradigmas vigentes hasta hace unos años se presentan hoy obsoletos. Hasta entonces el cese de las funciones cardiorrespiratorias era asumido como criterio cierto para diagnosticar la muerte. Contemporáneamente, el diagnóstico de muerte se ha tornado uno de los temas más difíciles tanto en respecto del establecimiento de parámetros estrictamente médicos y objetivables mediante pruebas diagnósticas, cuanto –y sobre todo– en lo que se refiere a los graves dilemas éticos y a la necesidad de formular un juicio moral a

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la hora de retirar el apoyo de medidas vitales o de extraer órganos para trasplantes.2Dos son los factores que han incidido en este cambio de alcances antes insospechados. Por una parte, los avances a que se hizo referencia revolucionaron de tal manera el campo de la Biología y de la Medicina que, entre otros logros, se obtuvieron resultados que modificaron el índice demográfico, sobre todo en los países desarrollados, por los cuales la pirámide de promedio de vida ha tendido a invertirse. El porcentaje de adultos y ancianos ha aumentado en forma proporcionalmente semejante a la disminución de nacimientos, todo ello a consecuencia de las técnicas de “resucitación” y mantenimiento de vida, de intervenciones quirúrgicas, sobre todo en el ámbito de la cardiología, por las cuales los by-pass y el “reciclaje” de válvulas y otras intervenciones quirúrgicas resultan hoy relativamente “ordinarios”, circunstancias que hubieran prolongado la vida por décadas a enfermos que fallecieron víctimas de estas patologías hasta la década del setenta. Por otra parte, las políticas abortistas y de control de la natalidad han disminuido los índices de natalidad, sobre todo de los países recién mencionados. La segunda circunstancia que incidió en la modificación sobre la determinación del momento de la muerte se origina también en un ámbito de la Medicina, producto de los avances tecnológicos: la “transplantología”, que requiere órganos en condiciones aptas para tales fines (sin necrosis).

1.2. La adjetivación de la muerte

De acuerdo con lo expuesto hasta hace unas décadas, aunque parezca tautológico, “…la muerte era simplemente la muerte…” o dicho en otras palabras no cabía añadirle a este término otras aclara-

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ciones, pues médicamente se trataba de un paro irreversible de las funciones cardiorrespiratorias. Sin embargo, a partir de los avances científicos antes reseñados, la simpleza de la definición se tornó cada vez más compleja, sobre todo por el desarrollo de los estudios del cerebro y todos los órganos concomitantes. Juntamente con el progreso de los medios de soporte vital, como las técnicas de respiración artificial, se logró mantener por medio de tales recursos esta función y la circulación sanguínea, pero también comprobar la ausencia de respuesta del cerebro. De allí en más el fin de la persona no se denominó simplemente “la muerte”, sino que comenzó a adjetivarse, hecho que se tornó habitual en los años setenta y ochenta del siglo pasado.

Expone Ciccone en una obra de 1986, que con el descubrimiento de la posibilidad de restaurar las funciones (mediante las modernas técnicas de reanimación) se prestó atención a las estructuras, especialmente al cerebro y al corazón. De esta manera, distinguía con mayor precisión la “muerte” aparente, en la cual las funciones están marcadamente atenuadas y solo se las puede percibir mediante los modernos aparatos; la muerte clínica, en la cual las funciones han cesado realmente pero se mantienen intactas las estructuras, porque no han sufrido aún daños irreversibles, lo que hace posible su reactivación por medios artificiales; y la muerte biológica, en la cual ha comenzado un proceso de alteraciones extensas en las estructuras, por lo que es imposible la recuperación de las funciones, aunque se intente ello. Además, este autor distingue cuatro niveles de coma: el coma simple o leve, que es la pérdida de conciencia y de la motilidad voluntaria, pero en el cual aun cuando las funciones neuronalesvegetativas puedan estar parcialmente comprometidas permanecen los movimientos automáticos de reacción frente a estímulos físicos exteriores; el coma grave, en el cual, a consecuencia de daños serios en los centros reguladores, cesa toda regulación de cada una de las funciones en sí mismas y de las correlaciones entre diversas funciones; el coma profundo (o coma carus) que se da cuando las funciones, primero enloquecidas, tienden luego a apagarse: este era el comienzo del apagamiento de la vida y el desenlace inevitable del coma gravísimo, sin posibilidad alguna de solución, hasta que se inventaron los respiradores artificiales y las actuales técnicas de reanimación cardiocirculatoria y metabólica. De esta manera ha aparecido otro nivel de estado de coma denominado depassé en el cual se puede afirmar que un organismo humano, de hecho muerto ya por la cesación total y definitiva del funcionamiento del sistema nervioso cen-

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tral, es mantenido artificialmente preservado de las consecuencias degenerativas de sus órganos, asegurándole la irrigación de la sangre oxigenada (ventilación), mantenida forzadamente en circulación.3 Frente a todas estas clasificaciones, con cierto humor señala Terán Lomas: se habla así ahora de muerte absoluta o relativa, aparente o real, parcial o total, clínica, molecular, biológica, somática, física, psíquica, funcional, espiritual, social, metabólica, sistemática, legal, cortical, cerebral, encefálica. En fin como para que los juristas quedemos sumidos en un angustiante desconcierto.4Como veremos luego, estas apreciaciones publicadas hace casi treinta años han sido acotadas –para muchos– con aportes que consideran hoy día más seguros.

1.3. ¿Muerte “cerebral” o simplemente muerte?

Desde los años setenta se fue tornando en “teoría dominante” asumir como diagnóstico de muerte el cese irreversible de las funciones cerebrales.5Este criterio ha sido postulado por la doctrina

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científica más extendida, con razonables fundamentos; también la legislación comparada fue volcándose a esa tesitura. Pero cabe señalar que en esta decisión ha existido una fuerte influencia del avance de las técnicas trasplantatorias y, por lo tanto, hay quienes afirman que la decisión tiene una finalidad más utilitaria que de verdad científica.

A comienzos de la década de los noventa, se consolidó el criterio acerca de que la cesación de las funciones cerebrales significaba la muerte y que tal diagnóstico se verifica en la constatación de un desorden irreversible que causa el coma juntamente con un cuidadoso examen clínico de la función del tronco del cerebro, recurriendo a la encefalografía (EEG) u otros estudios auxiliares, pues se conviene que el cese funcional permanente del tronco del cerebro constituye la muerte cerebral. El EEG isoeléctrico es uno más de los parámetros exigidos por la declaración de los parámetros demandados por la Asociación Médica Mundial, confirmada por la XXXV Asamblea de Venecia de 1983 al declarar que “…es esencial determinar el paro irreversible de todas las funciones cerebrales y del tronco cerebral…”. Según el ya citado Ciccone el cerebro puede decirse muerto cuando ya no funciona en su totalidad, aun en los centros de la vida vegetativa. La muerte de éstos resulta del hecho de que ya no existe posibilidad de restablecer una respiración y circulación espontáneas y autónomas. Por relación a los diversos niveles de coma, en el coma depassé se está ya en presencia de la muerte cerebral.6En el mismo sentido, la Pontificia Academia de Ciencias, en su declaración de octubre de 1985, afirmaba que la muerte sobreviene cuando:

1) las funciones espontáneas y respiratorias cesaron definitivamente;
2) se verificó una cesación irreversible de toda función cerebral. Para verificar –electroencefalograma mediante– que el cerebro se ha vuelto chato, vale decir, que no presenta actividad eléctrica alguna, es necesario que el examen sea efectuado al menos dos veces con una distancia de seis horas.

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A lo largo de la primera década de este siglo/milenio, se ha consolidado el criterio de “muerte cerebral”, respecto del cual algunos científicos han sostenido la conclusión de que ese concepto es tautológico, pues el cese irreversible de las funciones del...

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