Huérfanos de hijo: de eso no se habla

El 12 de noviembre, mi hijo Ezequiel cumpliría años. Ya no sé cuántos. Porque me duele . Porque lo asesinó la desidia de unos jueces cuando soltaron a quien, con su prontuario, mataría a un inocente. En ese entonces, me preguntaba: ¿por qué Ezequiel ya no disfrutaría junto a sus amigos la canchita de fútbol? ¿Por qué ya no entonaría los acordes de "Chan Chan" del Buena Vista Social Club? ¿Por qué no podría entregar su tesis de licenciatura ni continuar con su primer gran trabajo obtenido con su esfuerzo, ese que cuidaba con una felicidad infinita, orgulloso de estar labrando su futuro? Tras esos interrogantes, que no eran solo míos y que, con ligeras variantes, se hacían otros padres y madres, nos fuimos uniendo, mancomunados por ese puñal clavado en el estómago que te atormentará de allí en más. Solo que, con el tiempo, como con todas las cosas, te acostumbrás a ese dolor que deja de ser punzante porque se transforma en acción. Esa dolorosa tarea se llama "resiliencia". En nuestro caso, intentando dotar de sentido al sinsentido.

También lo comprendió Guillermo Bargna, padre de Soledad, quien, apenas con 19 años, fue asesinada a puñaladas en el hogar familiar por su vecino Marcelo Pablo Díaz, tiempo antes liberado por el execrable juez Axel López. También lo comprendió Franklin Rawson, papá de Ángeles, asesinada a los 16 años por el encargado del edificio donde vivía, el hoy célebre Mangeri. Y Raquel Berthi, cuyo hijo Francisco Lissa fue estrangulado a los 23 años, tras ser sometido a torturas y abandonado su cuerpo inerte en un zanjón de Berisso. Así lo comprendió Karina Massa, cuyo hijo de 19 años, Matías Gandolfo, fue asesinado por un celular por un impune exonerado por la (in)justicia, pese a que las ropas que vestía la víctima fueron halladas en su casa. Tal vez donde todavía vive, a un par de cuadras de donde hoy podría vivir Matías. Y también lo comprendió Beatriz Arrieta, mamá de Nadia, una joven de 31 años asesinada en su comercio por Néstor Montiel, quien contaba con antecedentes penales. Un puñado de almas en pena, entre tantas que son incontables.

Ni Ezequiel, ni Soledad, ni Ángeles, ni Francisco, ni Matías ni Nadia volverán. Pero sus padres y madres nos unimos en un coro que los recuerda a través de la ayuda a quienes están atravesando el dolor infinito de quienes sufren la pérdida de un hijo. Con la entrega inclaudicable de un manojo de abogados penalistas, héroes anónimos que reconocen ese dolor infinito porque se codearon...

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