Llegó la hora de la computación de vestir

Me resisto a hablar del futuro, ya saben. Pero en este caso cederé a la tentación. Tras las tablets y los smartphones, por muchos chiches que les sigan añadiendo, vendrá otra ola de dispositivos, una que haga lo que ni la más delgada iPad ni el Androide más inspirado podrían igualar. Tengo, al respecto, la impresión de que está llegando –finalmente– el tiempo de la computación de vestir. Las noticias de la última IFA parecen confirmarlo ( http://www.lanacion.com.ar/1616855), pero es mucho más que eso.En junio probé los Google Glass ( http://www.lanacion.com.ar/1592472) y el año último había reseñado un reloj inteligente de Motorola ( http://www.lanacion.com.ar/1480441). En ambos casos me fascinaron sus posibilidades y su sustentabilidad, los dos datos que se necesitan para darle el visto bueno a una nueva generación de dispositivos. Deben cumplirse ambas condiciones, no sólo una. Esta es la razón por la que nunca vimos autos voladores en este nuevo siglo, como anticipaban en la década del 50.Sí, las posibilidades de los autos voladores son enormes y fascinantes. Pero es algo imposible de sustentar, al menos de momento. Si el tráfico aerocomercial plantea desafíos colosales, imagínese los 2 millones de automóviles que circulan por la ciudad de Buenos Aires cada día, pero en el aire. Lloverían coches, literalmente.Dentro de mucho tiempo, cuando haya poder de cómputo suficiente, tal vez el tránsito se ordene automáticamente y entonces podremos volar al trabajo sin tocar ningún control. De momento, e invirtiendo cuantiosos recursos, Google (con la Universidad de Stanford), Nissan y Toyota, entre otros, recién están logrando que los vehículos terrestres se manejen de forma autónoma. Para que vuelen habrá que esperar un buen rato.Pues bien, la computación de vestir sufrió esta clase de problemas durante casi toda su historia. Hemos estado hablando de wearable computing durante un par de décadas, y siempre me pareció que era una de esas burbujas que no llegan a nada. ¿Por qué? Porque no era algo sustentable, y no lo era porque los dispositivos eran excesivamente pesados para resultar aceptables. Si tus revolucionarios anteojos electrónicos pesan 500 gramos y te van a causar severos daños en las cervicales, además de hacerte parecer un borg que aprovechó un saldo en el shopping intergaláctico, entonces no sirven para nada, adiós.Realidad aumentada, y másBueno, eso es exactamente lo que ha cambiado ahora. Un smartwatch es más ligero que mi reloj de pulsera y los...

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