El hombre que soñó la música del futuro

La historia ha sido contada innumerables veces entre los amantes del jazz. Charlie Parker tenía 16 años, ya conocía los efectos de un hogar devastado y un padre ausente, había probado la heroína, bebía. Estaba sobre el escenario del Reno, uno de los clubs nocturnos de Kansas City, era el más joven de una orquesta que esa noche tenía como invitado a Philly Jo Jones, baterista de Count Basie. A Parker no le faltaban agallas: en medio de un tema ("I Got Rhythm") quiso improvisar más de la cuenta en su saxo alto, perdió el ritmo y la música se detuvo. Jo Jones andaba esa noche con pocas pulgas: le arrojó un platillo a los pies y los músicos se rieron con ganas. Dieciséis años, imagínense. La leyenda dice que el músico prometió regresar pronto, y cumplió. Esa noche Charlie Parker se transformó en Bird: sus dedos volaban endiabladamente sobre las llaves del saxo y los oyentes del Reno disfrutaron de la belleza salvaje de su interpretación.

La anécdota está contada, también, en ese film delicioso que es Whiplash, de Damien Chazelle. Quien la recuerda en este caso es un perverso profesor de música, que intenta transmitirle a un joven estudiante de batería la importancia vital que tiene ser capaz de sobreponerse a situaciones adversas y golpes emocionales si quiere destacarse en la escena musical. El nombre de Bird es pronunciado una y otra vez a lo largo del film, y ojalá ese hecho contribuya a esparcir su música entre nuevos oyentes. Charlie Parker es una de las figuras decisivas en la historia del jazz, motor junto a Dizzy Gillespie de esa refrescante corriente estilística que fue el bebop (Bird y Dizz está entre la mejor discografía del género), y su influencia alcanzó en la década del 40 no sólo a sus colegas sino a los grandes héroes de la generación beat, entre los que estaban poetas como Dylan Thomas y Jack Kerouac.

No en vano Clint Eastwood se ocupó de trasladar a la pantalla esa vida fabulosa en Bird. Además de ser un músico genial, cuya obra los críticos más exaltados han puesto en el mismo sitial que ocupan las de Mozart y Beethoven, Parker exhibió una personalidad casi tan fenomenal como sus endiabladas interpretaciones: era elegante, ingenioso y cosmopolita, pero no le costaba explotar de rabia. La vida lo golpeó duro. Sufrió la muerte prematura de Pree (uno de sus cuatro hijos) y permaneció internado en una clínica psiquiátrica tras un accidente, una noche que reemplazó el consumo de heroína...

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