Un hombre de ciencias que cree en los milagros

Imagínense la modesta sala de espera de un hospital de provincias donde los familiares de una niña de 6 años acaban de enterarse de que perdieron a su hija. Imagínense la tristeza indecible en los rostros de los padres cuando en el área de terapia intensiva se acercan a la camita en la que yace el cuerpo sin vida de su criatura, el llanto hondo de la madre que se inclina sobre su hija, la abraza y le revuelve lentamente el pelo enmarañado sabiendo que ésa es la última vez. El padre apoya la palma de la mano sobre la espalda de su mujer durante unos segundos para guarecerla de tanta pena, la toma ahora de los hombros -"ya está, mi amor"-, la hace girar hacia él y la abraza. Un grupo de médicos y enfermeros se aproximan con el estrépito de las emergencias, mientras desde un costado los padres miran con amor y desconsuelo a la pequeña cuando ésta es mudada a una camilla y trasladada pronto al quirófano. Hay poco tiempo: alguien aguarda ese corazón en otra parte, de él depende su vida.

Imagínense ahora a un equipo de médicos y asistentes bajo las luces del quirófano, tan sólo unos minutos después. El cirujano debe abrir el cuerpo, extraer el corazón sin dañarlo y colocarlo en un dispositivo especialmente diseñado para su conservación en frío durante algunas horas. A veces otros cirujanos compiten con él si el donante es múltiple y el resto de sus órganos (el hígado, el pulmón) será destinado a otros enfermos.

Imagínense a los médicos que en otro quirófano, a muchos kilómetros de distancia, aguardan la llegada de ese corazón. Han estado en esa espera trepidante durante ocho horas, quizá más, desde que recibieron la confirmación de que había un órgano compatible en peso, tamaño y grupo sanguíneo con el del paciente que habrá de recibirlo. El corazón llega en medio de una tensión dichosa, una mezcla de excitación, temor y rara felicidad. Son más de veinte profesionales que realizan trasplantes de corazón desde hace mucho tiempo, pero las sensaciones son muy parecidas a las de la primera vez. Afuera hay también otra familia que aguarda el milagro. Será muy raro que se conozca alguna vez con la de la paciente donante, aunque la historia de ambas estará unida para siempre por un solo corazón. Su hija tiene 7 años y ha pasado los últimos dos en el Garrahan viviendo con un corazón artificial. Está ahora tendida en la camilla del quirófano. Es un instante tremendo en que están en juego la vida y la muerte. El cirujano debe extraer el corazón...

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