Otras historias del fin del mundo

El apocalipsis lo conocí a los 12 años. Era la tele, un anochecer familiar, y en la pantalla un señor circulaba entre edificios derruidos, se abastecía en centros comerciales abandonados, disparaba a cuanta cosa en medio de esa soledad se moviera. Pasó un tiempo hasta que supe que aquel señor de gestos por momentos feroces se llamaba Charlton Heston. Y algún tiempo más hasta descubrir que aquella película, vista en medio del continuo televisivo, se había filmado en los años 70, se había llamado The Omega Man y era una versión más bien libre de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson.Pasó un tiempo, pero la fascinación -esa a la que poco le importan categorías, nombres u ordenamientos estéticos- ya estaba hecha. Algo, un morbo específico, un deleite entre el miedo y la adrenalina, se había despertado. De las películas de terror podía pasar. Pero las apocalípticas, ay, esas eran otra cosa."Sobre todo, no había tantas", pienso ahora, mientras miro con mi hijo IO, película estrenada recientemente en Netflix. Lo veo mirar el conocido paisaje de lo posapocalíptico: la ciudad vacía, el planeta moribundo, un personaje solitario convertido en una suerte de Robinson Crusoe de nuevo cuño: algo así es Sam, la protagonista de este film, que utiliza los recursos del saber científico y de la pericia técnica para sobrevivir -y crear vida- en un entorno devastado.Miramos la película con ese dejo que tiene a veces la sobremesa: mansamente, como dejándonos llevar. Y de repente caigo en la cuenta. Iván tiene un año menos de lo que yo tenía cuando descubrí, por primera vez, que las imágenes del futuro podían venir con tintes oscuros. Un año menos, y ya ha visto no sé cuántas historias -ni que hablar las de zombis- con el infaltable esqueleto de la ciudad desahuciada, la sospecha de virus esparcido por el aire, el supermercado donde los sobrevivientes encuentran sustento y provisorio refugio, la esperanza depositada en un vuelo espacial, un niño mutante o en una tímida plantita que anuncia que no todo está...

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