Un héroe infame que atrapa al lector

No hace mucho tiempo, Carlos Gamerro reflexionaba sobre la dificultad que enfrentan los escritores argentinos que se proponen producir literatura policial. Conjeturaba que la novela policial clásica corre con la ventaja de asumirse desde el inicio como mero artificio, "se ha vuelto insospechable: nadie puede confundirla con la realidad". El lector acepta que esa ficción es un juego intelectual y no se preocupa por la distancia que pueda haber entre el mundo imaginario que tiene ante sus ojos y lo que verdaderamente sucede en las calles. En cambio, la novela negra padece las exigencias que le impone su propia consigna genérica, aquel realismo que la distinguió a partir de la década de 1920 de las obras de Poe, Conan Doyle o Chesterton. Según Gamerro, para la literatura argentina, la pretensión de ser realista -esto es, rendir cuenta de la criminalidad de las fuerzas policiales y no ignorar todo lo sucedido durante el Proceso- casi anula la posibilidad de postular un protagonista que tenga la intención de hallar la verdad y hacer justicia. El problema fundamental es cómo construir un personaje que no escape a las coordenadas de ese mundo y que al mismo tiempo conquiste al lector, quien debería simpatizar con sus padecimientos y, al menos, no rechazar del todo su sistema axiológico. La solución que ofrece El puñal, la última novela de Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960), es la del "héroe infame".

Remil es ese tipo de héroe. Su relación con el Estado comienza en Malvinas, como conscripto dragoneante, destacado por su valor y su accionar sobresalientes. Con la llegada de la democracia es reclutado por los servicios de inteligencia. En el presente, opera para la "Casita", una dependencia de la SIDE, una pequeña estructura paralela "que no aparece en ningún mapa", dirigida por Leandro Cálgaris, el coronel, un veterano del espionaje entrenado en Estados Unidos. Cuando Remil no participa de importantes misiones, se ocupa de solucionar los problemas domésticos de las figuras del poder político. Más como matón que como espía, lava trapos sucios y pone las cosas en su lugar. También ha sido agente encubierto y ha desbaratado una banda de ladrones dirigida por las autoridades de una penitenciaría. Siempre expone el pellejo y su estilo es una mezcla de audacia, fuerza física e intuición; si todo eso no basta, su Glock puede desatar los últimos nudos. "Me miro en el espejo de cuerpo entero. Músculos todavía firmes, antiguas cicatrices, tatuajes...

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