Habla el silencio

¿Qué es? ¿Qué es eso, realmente? La multitud que había hecho cola para entrar miraba todo y no atinaba a nada. Algunos se reían. Otros torcían la cabeza hasta ponerla paralela al piso; acaso esa nueva perspectiva les revelara algo. Otros, los más, deambulaban por el salón, perdidos. Un rebaño en un galpón lleno de obras, mirando cuadros, esculturas, cosas inexplicables. ¿Qué es todo esto?Entre julio y noviembre de 1937, en Munich, se volvió apremiante separar la paja del trigo, la oveja del lobo, el "nosotros" del "ellos". Hacía ya cuatro años que el nazismo había llegado al poder y su tarea restauradora chocaba contra el efecto disolvente del arte de aquellos días. Y puesto que nada podía quedar fuera de ese aparato ordenador en el que se había convertido el Estado, la hora de dividir aguas había llegado. Aquí, nosotros; allá, ellos. Aquí lo bueno, lo justo, lo bello; allá, lo abyecto. Lo otro. Lo innombrable.De un lado de la calle, el "verdadero arte alemán". Del otro, lo degenerado. Así se llamó de hecho una de las dos exposiciones enfrentadas en Munich: Entarterte Kunst (Arte degenerado), y si hasta hoy la recordamos y volvemos a recorrerla espectralmente con ayuda de fotos viejas y el único registro fílmico grabado por los propios nazis es porque todo lo que después oiríamos sobre el arte no legitimado ya estaba ahí. Todo: la denigración, la risa, la extrañeza, pero también la condena de lo nuevo convertida en reclamo moral. En mandato patriótico. El arte alemán no podía ser realmente "eso" que pendía de las paredes de aquel galpón.Una de las salas en las que se dividía la muestra se llamaba "Arte blasfemo"; en otro sector se agrupaban las obras acusadas de ofender al pueblo. Aquellas figuras pintadas a zarpazos, esas esculturas que no reflejaban el ideal anatómico ario no eran sino eso: arte degenerado. Y, como tal, se lo colgó de las paredes como quien cuelga carne de caza en la ganchera. Había inscripciones en las paredes para que el efecto burdo fuera perfecto, y hasta una "Sala de la locura" adonde se acumulaban obras modernas que, según el régimen, no valían gran cosa."Primero, el impresionismo; luego, el futurismo, el cubismo y quizá también el dadaísmo. Es bastante claro que uno encontrará para las más demenciales y monstruosas creaciones miles de expresiones calificativas", se escuchó durante el discurso inaugural. El encargado de leerlo era un artista grisáceo, dado a pintar escenas campestres: Adolf...

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