Guía de supervivencia para un domingo sin tecnología

A mitad de la semana, cuando me vino a comentar su idea, casi no le presté atención: era tarde y estaba cansado viendo tele, chequeando mensajes de WhatsApp y leyendo comentarios en Twitter en el celular. Nico (mi hijo del medio, de 8 años) se fue satisfecho con el "pseeehh?, dale" con el que sin pensar le di luz verde a su propuesta: pasar el domingo siguiente, entero, como un "día libre de tecnología". Sin televisión, computadora, celulares, iPad, nada.

Tomé conciencia del desafío al otro día, durante la cena, cuando Virginia, mi mujer, me comentó lo entusiasmado que estaba Nico con su proyecto de domingo libre de tecnología. "¿Cómo se me pasó aprobar esto sin ninguna cláusula de salvaguardia?", me pregunté para adentro. Pero ya era tarde.

El sábado anterior, en este suplemento, había publicado una nota en la sección Creatividad sobre las bondades de las "familias ágiles": la aplicación de dinámicas de trabajo del negocio del software, con sus equipos autoorganizados y empoderamiento de empleados rasos, al ámbito familiar. El artículo ponderaba la conveniencia de que los hijos, cada tanto, eligieran sus propias reglas, premios y castigos. Así que a llorar a la iglesia. Como decía Carlos Belloso en el dúo Los Melli de humor absurdo, iba a ser hora de "tomar chocolate de mi propia medicina".

El domingo arrancó temprano, a las ocho menos cuarto. Matu (10 años), el hermano más grande, se levantó primero, y al rato lo siguieron Nico y Olivia, una beba de dos meses. El ideólogo del DST, consustanciado con su papel de líder de proyecto, recorrió la casa, buscó todos los controles remotos, los celulares y las tabletas, y los guardó en su cuarto, para evitar tentaciones. Hubo una discusión metodológica y se acordó que la prohibición dominical alcanzaba a todas las "tecnologías de la información": quedaban exceptuadas de la prohibición la heladera, la luz, el horno, la calefacción y las redes cloacales.

La temperatura cercana a 0° y la hija recién nacida impedían la salida fácil de pasar unas horas al aire libre, así que luego del desayuno comenzó una seguidilla de juegos de mesa: batalla naval, Preguntados, diversas variantes de juegos de cartas y otros. En el Juego de la Vida me casé con una persona de mi mismo sexo, tuve gemelos y me retiré como un potentado.

Después de almorzar hubo que agudizar el ingenio y encarar nuevos entretenimientos, inéditos. Se impusieron varias partidas de tutti frutti con categorías cada vez más insólitas y sesgadas...

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