Una guerra contra todo el mundo

Cristina Kirchner ha convertido a Uruguay en una potencia colonialista que debe ser combatida por su gobierno nacional y popular. No lo dice así, pero lo insinúa cuando desliza que la administración de José Mujica accedió a la presión de una feroz multinacional. El conflicto con Uruguay es, al revés, un ejemplo claro de una diplomacia apática e impotente, que volvió a comprometer una relación histórica, estratégica y emocional. La Presidenta le está haciendo además un enorme daño político a Mujica, el dirigente político uruguayo que más apostó por una relación buena y cercana con el gobierno cristinista.Es más que probable que la actual dramatización argentina del problema se deba, sobre todo, a las vísperas electorales. Todos los gobiernos populistas de la historia (y del presente) han desplegado banderas nacionalistas cuando están asediados por problemas internos. Sin embargo, otra vez el cristinismo podría equivocarse con sus cálculos electorales. Ningún argentino considera un enemigo a Uruguay ni le resulta simpático un conflicto con ese país. Es también un problema demasiado viejo, al que los sucesivos gobiernos kirchneristas no le encontraron una solución definitiva. Como ocurre con casi todos los problemas.Hay una excepción: los ciudadanos de Gualeguaychú, que han sido abandonados a las influencias de la deducción y el temor. Es razonable que una sociedad, que habita un determinado microclima, reaccione ante el confuso miedo de potenciales contaminaciones. El gobierno argentino prefirió asustarla en lugar de contenerla. ¿De nuevo una asamblea dirigirá la política exterior del país? ¿Otra vez los cortes de puentes destruirán el espíritu y la letra de los tratados del Mercosur, que garantizan la libre circulación de sus ciudadanos? ¿De nuevo los puentes serán el instrumento de una inexplicable discordia?Hay un problema que impide el acuerdo. Los dos países no han podido pactar nunca sobre qué contaminación están midiendo. Ambos cometieron el error imperdonable de no dar a conocer públicamente sus propias evaluaciones, aunque fueran diferentes. El gobierno uruguayo, cuyos estudios señalan que no existe ninguna contaminación en el río Uruguay, los escondió para no molestar al gobierno argentino. Fue un error de Mujica, porque ahora es el gobierno argentino el que distribuye sus alarmantes datos, sin aclarar qué está midiendo ni cómo lo hizo esas evaluaciones.El conflicto no es tan complicado de resolver. Es un problema que tiene una solución científica...

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