Una guerra de etiquetas donde nadie es sincero

"Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa." La vieja ironía de Jardiel Poncela alude a aquellas precarias y entrañables salas de la infancia. El cine se modernizó, pero la política permanece detenida en aquel mismo empeño hipócrita y tramposo. Daniel Scioli cultiva como pocos el arte de la elusión amistosa. En su antológica entrevista para el ciclo Conversaciones, aseguró esta semana que con él no habrá sorpresas, y luego convalidó en su media lengua a Milani y el agresivo copamiento estatal de La Cámpora; relativizó el cepo y defendió al Indec, y se permitió chicanas elegantes contra el FMI. Fuentes allegadas al gobernador informan por lo bajo que luego de ganar las primarias comenzará a despegarse de las taras kirchneristas para buscar el voto independiente y que, al final, si alcanza el poder, impondrá su voluntad de manera cortés, pero terminante. Fuera del círculo naranja, incluso en esferas internacionales, la futura autonomía del amo y señor de Villa La Ñata tiene cada vez menos escépticos. Si encerraran durante un fin de semana a sus economistas de cabecera (Blejer y Bein), junto con los principales asesores de Massa (Lavagna y Peirano) y del macrismo (Melconian y Sturzenegger), no saldría de esa reunión sino una misma agenda de normalización profesional, aunque con matices más o menos lógicos y diferenciados. Después de observar sus debates a través de una cámara Gesell seguramente descubriríamos lo esencial: no existe la dicotomía cambio o continuidad que plantean los encuestadores. El cambio ya está completamente decidido, y lo que se discute ahora es en qué grado y medida, y cómo será más efectivo: desde adentro o desde afuera. Esta verdad no conviene a nadie, puesto que el cristinismo debe dar una lucha denodada para entronizar a quien viene a desarmarlo, y Scioli precisa que sus socios sigan permitiéndole ese juego de igual manera que un marido o una esposa engañados toleran una infidelidad por el simple método de negarla. Y por el miedo a perderlo todo: la catástrofe del neocamporismo en la Capital habría terminado de convencer a Cristina de que la imagen presidencial no se traslada automáticamente a los jóvenes vicarios electorales, que ya no hay espacio para probar con el "candidato propio" y que no queda más que asociarse al ex motonauta para zafar del naufragio. Tampoco les conviene reconocer a los principales opositores el carácter dual del gobernador, a quien...

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