La guardia del hospital Ramos Mejía, refugio de personas sin techo

Al cruzar el umbral, en donde está un cartel que dice Guardia, hay un en el hospital Ramos Mejía, en Balvanera: y un techo que tiene goteras. Las ventanillas de atención están clausuradas y nadie sabe adónde dirigirse. "Si querés un médico, tocá la segunda puerta del pasillo", sorprende una voz. Y agrega: "Pero tenés que esperar 20 minutos para que te atiendan, porque sólo hay uno".

Esa voz es de una mujer de cabello cano que está sentada leyendo un diario. Sus piernas extendidas ocupan los cuatro asientos de la hilera de sillas de la sala de espera. Vive allí, en la guardia. Cada palabra la pronuncia sin levantar la mirada. Usa una pollera que deja al descubierto una gasa que cubre una herida debajo de su rodilla izquierda.

Al su lado hay unas bolsas negras que contienen almohadas, cobijas y algunas prendas de vestir. Detrás de las sillas descansan contra la pared tres cajas de cartón, desarmadas y con manchas de humedad.

Así está hoy la guardia del hospital Ramos Mejía, que desde hace años sirve como morada una decena de personas que se encuentran en situación de calle. Los sin techo ocupan los ambientes de la guardia, pasillos, salas de espera, camillas desocupadas o cualquier otro espacio que puedan utilizar como lugar de descanso.

El Ministerio de Desarrollo Social porteño aseguró que no puede trasladarlos a otros sitios porque carecen de herramientas legales para hacerlo. El mecanismo que utiliza esta área porteña para mitigar este problema es convencer a los indigentes para que accedan a un plan social y concurran a los paradores de la Ciudad.

Una parte de ellos fueron en algún momento pacientes del hospital y luego su situación de pobreza los impulsó a aferrarse a sus instalaciones. Sin embargo, los encargados de la seguridad del Ramos Mejía aseguran que ahora la mayoría de las personas que pernoctan en el hospital ya no son "ex pacientes". Por el contrario, son jóvenes que acuden a estas instalaciones para pasar la noche. "La gente que está allí a veces se muestra agresiva y atrae mucho a la delincuencia, porque toman y se drogan. La mayoría son muchachos y ellos dicen que viven acá", contó un agente de seguridad que se identificó como Federico.

Una de las habitantes del hospital es Paola Ramírez, de 36 años. Ella cuenta que vive en el Ramos Mejía desde hace menos de un mes y que ingresó al hospital por un "shock" emocional que sufrió luego de enterarse de que su hijo había sufrido un accidente. Después, relata, sufrió diversos...

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