Grandes mentiras peronistas de ayer y de hoy

Los autócratas tienen alma de novelistas: suelen declinar hacia la ficción y les encanta corregir la historia. A Perón le complacía jactarse de combatir a los organismos de crédito y abominar de la deuda externa: "Cuando en 1946 asumí el gobierno de mi país, me apresuré a declarar en la Plaza de Mayo, ante una muchedumbre cercana al millón de argentinos, que me cortaría las manos antes de firmar un empréstito -declaró-. Y lo cumplí al pie de la letra". El relato tiene al parecer algunos problemas: cuando asumió el 4 de junio de 1946 no hubo discursos ni concentraciones, apenas un desfile militar; según el Boletín Oficial, 22 días después manifestaba la intención de incorporar la República al Fondo Monetario Internacional, y de acuerdo a documentos desclasificados luego por el Departamento de Estado, en 1950 "el gobierno de Washington alentó las esperanzas de Perón de obtener un préstamo de 125 millones de dólares". Los diarios señalaban que el ministro Cereijo ratificó personalmente la aceptación de ese crédito, y el encargado de negocios de la Embajada, Gus Rey, avisó por escrito a sus jefes lo que el General le había comunicado: la "tercera posición" no servía si Estados Unidos y la Unión Soviética entraban en guerra, puesto que la doctrina justicialista "no admite compromisos en ningún sentido con el comunismo". Muchos militantes gremiales de base pueden atestiguarlo; junto con socialistas, laboristas y radicales fueron torturados y, en algunos casos, hasta ejecutados durante ese período. El silenciamiento de esos hechos escabrosos llegó a su fin: Hugo Gambini (viejo refutador de mitos peronistas) y Ariel Kocik (joven investigador de los derechos humanos) acaban de publicar con nombre, apellido y filiación las víctimas mortales en un libro tragicómico llamado apropiadamente Crímenes y mentiras. Junto a las picardías criollas y las cuantiosas manipulaciones de Perón, que hoy llaman a risa, conviven en sus páginas revelaciones escalofriantes sobre la actuación de la policía peronista, la persecución a sindicalistas que hacían huelgas, los tormentos a opositores en las cárceles del régimen, y la miseria real que germinaba por debajo de una incipiente prosperidad económica que duró sólo cuatro años: después la literatura setentista transformó a Perón en un progresista y a aquella década en una falsa "edad dorada". Que a pesar de las indudables conquistas sociales, hoy no resiste una revisión seria ni el rigor de los números fríos.

Dos...

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